Wednesday, January 12, 2011

Partes Públicas

Aunque alguno pueda refutármelo, soy un hombre tímido y cuando se trata de mostrar, a pesar de haberlo enseñado ya todo en el escenario y en una que otra película, soy extremadamente pudoroso, así que el prospecto de acudir a una playa nudista no me resultaba particularmente atractivo. Sin embargo, desde el balcón del hotel donde me hospedaba para terminar el rodaje de la película “Una hora menos en Canarias”, se vislumbraban en la playa de El Inglés, en Gran Canarias, unas hermosas dunas que se adentraban en el mar, y fue eso y no que lengua de arena que se hundía en el índigo atlántico fuera una playa nudista lo que me condujo a explorarla en mi día libre, al menos concientemente.
Supuse que el haber olvidado mi traje de baño en Caracas funcionaba como una de esas coincidencias convenientes e inesperadas, así que me compré un tubo de bloqueador solar +50 y emprendí la travesía de varios kilómetros rumbo al pequeño y fotogénico desierto, a sabiendas que llegado el punto, como he hecho a lo largo de mi vida, vencería mis pudores y me mostraría al Atlántico tal como vine al mundo.
Como era de esperar, bastó que los letreros anunciaran que estaba uno entrando al área nudista para que la masa de bañistas descendiera considerablemente y una sensación de riesgo y de cosa prohibida se apoderara de mí, pues por mucho que insista en negarlo ya la religión católica me ha dañado de forma irrevocable.
El paisaje de típica playa de turismo clase media se hacía entonces más salvaje, el desierto a la derecha se abría enorme, listo para ser usado como locación de película y el mar a la izquierda se encrespaba con mayor fuerza, como para enmarcar con un punto de vehemencia natural a los desprejuiciados que jugaban paleta y corrían y saltaban sin reparar en el rebote de las partes de su anatomía normalmente confinadas a un soporte.
En primera instancia, un venezolano que se precie de ser mundano, tendrá en esta coyuntura que usar lentes de sol, pensé, para que nadie perciba que la mirada se nos escapa a una teta o a un escroto, sin mala intención, sólo por el simple hecho de lo inusual del asunto, porque hay que asumirlo, por mucho mundo que uno diga tener, para cualquiera de nosotros, sistemáticamente educados en la hiperconciencia del cuerpo, las desnudeces de escandinavos sexagenarios, expuestas con tal insolencia y desparpajo, son tema de observación. 
Caminé aún más lejos, fingiendo (soy experto) que iba inmerso en el paisaje y en la música de mi ipod, pero maravillado ante aquello que en mi país sería imposible. Madres e hijos, familias, grupos de amigos de todas las edades, parejas de todo tipo, haciendo lo que cualquiera haría en la playa, pero desnudos. Me imaginé al instante departiendo con mis padres (más tímidos y pudorosos que yo), con aquella novia de la universidad, con los compañeros de trabajo, una excursión playera de esa naturaleza. Honestamente creo que a nosotros la cosa se nos haría incómoda por decir lo menos.
Una vez que alcancé la punta más lejana de la lengua de tierra, ya con menos gente alrededor, tomé la determinación, me quité la ropa, me unté el bloqueador en la paloma y me sumergí en el mar. Estuve un buen rato allí, con el agua al cuello, recorriendo una complicación que no había pensado antes: para salir debía caminar varios metros hasta mi ropa y pasar por entre un nutrido grupo de señoras que conversaban animadas. El tiempo de mi indecisión y la temperatura helada del agua tampoco ayudaban a la tarea de salir de allí fingiendo naturalidad y campaneando mi pene pretenciosos aterido de frío y escondido como la cabeza de un morrocoy asustado. Recordé que ensayando “El Pez que fuma”, el director (Cabrujas) me dijo: “Fernández, usted en este momento de la obra se quita la ropa, entra en la ducha (de la escenografía) y se baña de frente al público, en todo su esplendor, mostrándoles su gran talento”. Yo le respondí: “Con todo mi respeto, maestro, yo no tengo ningún problema, pero verá, son 800 personas en el público, el aire acondicionado esta a millón y el agua de la ducha helada, en estas condiciones mi ‘talento’ es mínimo”. Pero lo hice, me bañé en la ducha helada ante 800 personas y caminé entre las señoras que no repararon en mi reducido talento en lo absoluto. Tomé mi ropa, pero curiosamente no sentí la urgencia de ponérmela. En un arranque de insolencia, contagiado por los escandinavos, continué la marcha en bolas. Caminé por el desierto un buen trecho con una sensación de libertad única. No era una libertad simbólica por estar desnudo en medio de aquel paisaje cual Brooke Shields en la película “Sahara”, sino una libertad real, la que se experimenta cuando se deslastra uno de un prejuicio ridículo. Porque si algo tenemos los venezolanos, pensé, son prejuicios ridículos, especialmente cuando de nuestro cuerpo se trata. Seguí la marcha y me detuve en una barra playera atendida por Mónica, una canaria vistosa y totalmente vestida con un suéter cuello de tortuga, a la que le pedí un trago, y luego otro, y otro. Ya para el cuarto me importaba poco el detalle de que todos los de este lado de la barra fuéramos sin ropa. Allí sentado hice el recuento: no había encontrado en todo mi recorrido una sola teta de silicona, ni una, algo insólito. Tampoco había nadie particularmente atractivo de acuerdo a nuestros estándares imposibles de misses y vallas de cerveza, a excepción de Hans e Inga, una parejita de alemanes de Dusseldorf de unos treintaypocos que eran sin duda los más bellos de toda la playa, cosa que ellos sabían y ejercían encantados a riesgo de insolarse peligrosamente. El resto era gente normal que, sin embargo, de pronto (sería el vodka o la resolana) se me hicieron hermosos, de una belleza nueva y potente, una belleza desconocida.
Mónica, desde su lado de la barra, le explicó a la agraciada parejita en alemán (hablaba también francés, sueco e italiano) que ella ni siquiera usaba bikini, que era muy acomplejada y que no le gustaba eso de andarse exhibiendo. Su comentario me llamó de inmediato la atención, considerando que aquel lugar desprovisto de ropajes y complejos tan exótico para mí era su lugar de trabajo diario. Decidí, pues, escucharla. Un guardia de seguridad de la playa llegó entonces a pedirle una “caña” (una cerveza) ella le preguntó si quería pescar, “pues aquí lo que se pesca son pulpos y viejas”, dijo. El sujeto le siguió el juego y le preguntó cómo estaba. Mónica le respondió, “Aquí, envejeciendo dignamente, no como tú, que cuando te conocí eras de la talla 36 y ya vas por la 54”. Mónica cambió el idioma al italiano para comentarle a otros clientes que “por supuesto que tengo novio, si no cómo crees que mantengo yo esta alegría”, más allá una pareja de dos mujeres se hacían carantoñas románticas y de este lado Hans e Inga almorzaban salchichas. Y por un momento todo pareció correcto y bueno, relajado y normal. Fue entonces que me dio la impresión de que toda esa gente tenía un talento mayor que el mío para la felicidad.
Especulé que el novio de Mónica no debía valorarla mucho, que tal vez sus padres nunca le dijeron que era una niña hermosa (que no lo es, pero da igual), supuse que Mónica no escapaba del tema de la vanidad y a pesar de su cotidianidad de carnes, preservaba intactos los prejuicios ridículos que la harían infeliz. Imaginé todo esto porque la comprendía, por mucho que me hubiera desnudado en público, lamentablemente no estaba yo destinado, como Hans e Inga, a encontrar comodidad expuesto a este nivel.
Regresé de la excursión determinado a escribir algo sobre el nudismo, la verdad no tengo idea si esto resulta interesante fuera de mi cabeza y de mi pea de nudista sudaca, pero ahora que lo escribo, si bien creo que mi tonto pudor sigue siendo algo de pobres de autoestima, creo también que como en todo en la vida hay que encontrar un equilibrio, pues estoy totalmente convencido de que por muy seguro de uno mismo que se esté, hay áreas de nuestra anatomía que no fueron diseñadas para mostrarse en público y fuera de contexto. Ni siquiera las de Hans e Inga. Por algo las llaman partes privadas.

5 comments:

  1. Concuerdo contigo con respecto a que no fuimos diseñados para mostrarnos en público en traje de Adan o Eva... Aunque igual admiro a la gente que con tanta naturalidad puede exponerse así al mundo!

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  2. Luis nunca dejarás de impresionarme, te admiro!!!

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  3. De verdad que desde que empece a leer no deje de reírme es impresionante lo fascinada que me dejas simplemente "Luis Fernandez podria hablar de sus anecdotas con tanta naturalidad y sin pudor. Es verdad tenemos tantos prejuicios e inquietudes que ni nosotros mismos podemos destaparnos en publico besos infinitos!

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  4. Jajajajaj no por ser indiscreta pero realmente tu blog es para eso simplemente me imaginaba como seria verte en esa zona de nudistas jajajaj seria un vacilon y no solo por la cabeza de morrocoy jajaja besos infinitos

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  5. Hola Luis, soy venezolana y desde hace 2 años, un fin de semana al mes, mi esposo y yo y algún miembro de nuestra familia que guste acompañarnos, nos vamos a una playa del litoral mirandino, donde nos reunimos con nuestros amigos del grupo Nudistas Venezolanos, y es la mejor experiencia del mundo..

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