Wednesday, October 17, 2012

Gente de etiqueta


Uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, el gran Deepak Chopra, comenta que los seres humanos respondemos al estímulo exterior de acuerdo a varios niveles de conciencia. El más primitivo, el nivel de respuesta del hombre de Neandertal, es el del “ataque y huída”. Etiquetar al otro para saber si pertenece a nuestra tribu o si es de la tribu contraria, es de lo más bajo que podemos hacer como especie, y sin embargo, si miramos alrededor, es lo que hacemos a diario.
La polarización que vivimos es la materialización contemporánea de la clase de respuesta del hombre tribal, y pareciera que para vivir en el mundo hoy de manera “aceptable” debemos “tomar bandos” y practicar, como nuestros antepasados prehistóricos, el peligroso juego de la etiqueta superficial, catalogar así a nuestros semejantes como propios o enemigos y bajo esta premisa aceptarlos o atacarlos.
El juego de la etiqueta consiste pues en suponer. Especular si el vecino nos odia, si la compañera de trabajo nos envidia, si la amiga oculta un plan, si aquella actriz es drogadicta, si éste otro es gay. Suponer y especular. Necesitamos además, para sostener la etiqueta, crearnos una teoría de conspiración y sustentarla en el tiempo con cualquier artilugio que la valide y la vuelva una verdad en la tribu entera, y para ello nada mejor que el rumor y el chisme.
Pero no podemos jugar el juego a estas alturas del partido sin tener claro algo importante: suponer cosas (y afirmarlas) sin tener evidencias, si bien nos hace la vida de lo más entretenida y hasta puede que nos provoque la ilusión de tener un propósito y ser “activistas” del bien, realmente nos acerca peligrosamente a la estupidez, al dogmatismo y a la ignorancia.
El juego de la etiqueta superficial que practicamos perniciosamente a diario en nuestra sociedad es el mismo juego que terminó por colocarle la estrella de David en la solapa a los judíos en la Segunda Guerra; es el juego responsable de que “parametraran” a los homosexuales en la Cuba revolucionaria, o el que colocó a cientos de brillantes intelectuales norteamericanos en la lista negra durante el macartismo. Es el mismo juego que condujo a brujas y herejes a la hoguera. Es, hay que saberlo y recordarlo, un juego perverso que siempre termina mal.
Entiendo que nosotros los humanos no nos caracterizamos por ser particularmente buenos ni estamos inclinados a la evolución, pues es evidente que salvo por la tecnología y la moda, poco es lo que hemos avanzado. Pero no podemos olvidarnos de nuestra propia historia para no seguir cometiendo los mismos errores inconscientemente.
Recordar que el jueguito de la etiqueta nos ha conducido al crimen, la guerra y el genocidio, no cae nada mal. Sobre todo, es bueno traerlo a colación con frecuencia por estos días, no digo que para que usted deje de etiquetar, pero para que por lo menos lo haga con la conciencia de lo que su participación en el juego va a producir (y producirle) en breve.
Yo le propongo cambiar de juego. La invito a que antes de juzgar al otro suponiendo, se mire usted de cerca al espejo (que mire que evidencias sobre “su caso” le sobran) y se etiquete con conocimiento de causa.
Y si le provoca salir a cazar brujas, sepa que a la corta o a la larga (y hay sobradas evidencias de esto) va a terminar usted también en la hoguera.

Wednesday, August 8, 2012

¡Analízate tú!


La moda de enviar a nuestros hijos a evaluaciones con psicólogas, debo confesarlo, me irrita sobremanera. No tengo nada en contra de estas muchachas tan dedicadas que han estudiado la carrera y ejercen su oficio enarbolando la bandera del “bienestar” de nuestros hijos, pero confieso que todo este proceso, sobre todo cuando culmina en una receta de Ritalín para drogar a los pequeños, me parece terrible y a veces hasta criminal.
Comprendo que cualquier psicólogo diagnostique que tengo “problemas” y que mi hostilidad refleja una serie de traumas, y es bastante probable que tengan razón, pues nunca he desestimado yo mis disfunciones particulares ya que las considero un excelente motor de mis acciones más creativas y exitosas. Pero diferencias aparte, vale la pena saltarnos la tendencia y analizar realmente los procesos a los que sometemos a nuestros hijos con el fin de “ayudarlos”.
Si bien entiendo que deben usarse evaluaciones estándar para elaborar estadísticas y promedios que permitan catalogar el progreso académico de los estudiantes, no hay nada que desee yo menos para mi hijo que volverlo un alumno promedio. A mi esposa y a mí, si algo nos caracteriza, es que utilizamos la estadística para romperla cada vez que podemos y nos enorgullece particularmente no ser individuos estándar. A Mimi, por ejemplo, que repitió tres veces cuarto grado, la hubieran diagnosticado a los 9 con Déficit de Atención con Hiperactividad y la hubieran medicado sin duda. Eso la hubiera convertido en una funcionaria promedio, pero por fortuna no estaba de moda el Ritalín entonces y pudo convertirse en la mujer que marca pautas y rompe paradigmas y muestra un camino al resto de la mujeres del país. Yo en cambio, me gradué con honores de arquitecto y nunca me sirvió eso para otra cosa que sentir a los 40 que desperdicié valiosísimos años de mi vida intentando alcanzar una estúpida e inocua excelencia académica.
Vivimos en un mundo que etiqueta y clasifica conductas y discrimina todo aquello que no se ajusta a la norma o a lo conocido, pero una vez que se acostumbra uno a ser el blanco de la crítica o el protagonista del qué dirán, podemos ver con claridad que la felicidad, la realización, el éxito a gran escala y el ejercicio asertivo del liderazgo no es característica del hombre promedio. Ser feliz no es normal, como tampoco lo es sentirse realizado o ejercer plenamente nuestra vocación. Esto no es lo que hace la mayoría. De manera que la invito a no sentirse angustiada cada vez que la llamen del colegio de su hijo y le digan que el pequeño no está dentro del promedio de la clase. Mientras el comité de profesionales encargadas de la “estandarización” de su muchacho le recomiende tratamientos y terapias o una píldora que drogue al niño para no tener ellas que hacer su trabajo, le recomiendo que piense que lo que le dicen con cara de preocupación es un gran cumplido. Si su hijo no está dentro del promedio, créame que estadísticamente (para hablar el mismo idioma que ellas) el niño tiene muchas, pero muchas más probabilidades de ser feliz que el resto de sus compañeritos. Tal vez no resulte sencillo salvar las diferencias, pero será esa dificultad justamente la que lo impulse a él, y a los seguidores que sin duda tendrá en el futuro (y que probablemente incluyan a muchos de sus compañeros de clase), por el sendero menos transitado, el de la verdadera autorealización.
Y a las estimadas psicólogas infantiles y psicopedagogas, que de tan de moda que están no se dan abasto, mi recomendación especial: pónganse serias y comiencen por analizarse ustedes.


Monday, July 2, 2012

Primero muerta que sencilla


“Un pueblo sencillo y cristiano”, así nos definió Osmel a los venezolanos, alegando que no estamos preparados para ver a una mujer transexual competir por la corona de la belleza nacional. Y yo debo reconocer que respiré profundo para no reaccionar.
La gente sabe muy poco sobre la transexualidad, incluido Osmel, pero todos tienen una opinión al respecto. Eso es común. Pero independientemente de lo que cada quien sepa y piense sobre el tema, fue la definición de Osmel lo que me sacudió.
“Primero muerta que sencilla”, imaginé entonces que le respondería cualquiera de los muy poco cristianos maquilladores del Miss Venezuela a Osmel. Porque en esto, como en casi todo, el doble mensaje es la norma.
No suelo gastar mi tiempo y neuronas analizando concursos de belleza, pues en lo personal prefiero otros ejercicios de frivolidad menos perniciosos, pero me parece que la coyuntura lo amerita. 
Veamos. La vanidad es el pecado por el que el diablo existe, así que tendríamos que comenzar aceptando que el culto nacional por el magno evento de la belleza es en esencia diabólico.
Una vez aclarado este punto, preguntémonos ¿qué se hace en estos concursos? Tomemos, pues, a una caballota veinteañera, coloquémosle una melena postiza, operemos tetas, cejas, culo, nariz, enseñémosle ademanes afectados, es decir, convirtámosla en algo muy parecido a un transfor de la Libertador. Todo esto bajo normativas dictadas por homosexuales homofóbicos que encima discriminan la transexualidad. La cosa es como el colmo de la hipocresía, el doble discurso insertado en un doble discurso y salpicado de lentejuelas para distraer. Todo muy posmoderno, muy venezolano (porque eso sí nos define).
Pero eso no es lo grave, lo realmente peligroso es que sea relevante.
Me pregunté entonces ¿qué tiene de extraordinario? En este marco de valores se vale “ser” a través de rinoplastias y mamoplastias, ¿por qué no vaginoplastias también?
No podemos permitir, por Cristo (a quien cito con toda la mala intención), que nuestra percepción del mundo la dicte un concurso de belleza. El producto de esta empresa manufacturera, es decir, la Miss Venezuela del año, no es en modo alguno representante de la mujer nacional. La venezolana promedio no mide un metro setenta y nueve, no bate melena postiza mientras trabaja y no “da lo mejor de sí” desfilando en traje de baño, así que de acuerdo a estos parámetros de belleza tampoco es la mujer más bella del mundo, dejemos de celebrar la dañina y superficial etiqueta que queda tan pequeña.
La venezolana es madre, profesional, cabeza de familia y motor de un país. Por favor, pongámonos serios y empecemos a valorarla por lo que hace en la vida y no por cómo luce. Hagámosle ese favor a nuestras hijas.
Y en cuanto a Osmel, siempre he admirado sus capacidades como trabajador y empresario exitoso, pero alguien debería decirle que su ejercicio profesional se acerca más al diablo que a Cristo, y que esa sociedad “sencilla y cristiana” a la que se refiere, tampoco lo acepta a él. 

Sunday, May 20, 2012

HIGH [Galería sin censura]

HIGH
una obra de Matthew Lombardo
una producción de Mimi Lazo
dirección Luis Fernández
con
Carlota Sosa [la Hermana Helena]
Christian McGaffney [Andy Randall]
Luis Fernández [el Padre Miguel]

[Fptos: Roland Streuli]






















Diseño de iluminación: José Jiménez
Diseño de escenografía: Luis Fernández

Saturday, May 5, 2012

Lo que yo creo [carta del editor · SexoSentido Mayo]



Leí hace poco una editorial en una revista española en la que su autor recitaba su credo personal. La idea de inventarme uno me sedujo de inmediato y te invito a que hagas un ejercicio exótico de honestidad contigo mism@ y te armes tu propia oración, tu credo. No será orada en masa, y hasta sea tal vez un poco blasfema, pero será la tuya, y eso no es poco.
YO creo que la mujer es, desde luego, superior, y que si hoy no tiene los mismos derechos que el hombre es porque ella así lo prefiere. 
Creo que la mujer decide y el hombre obedece, de Eva en adelante, y creo también que ella gobierna el planeta aunque no quiera el título oficial para no quedarse más sola de lo que ya está. Creo que la fuerza del hombre es una ilusión.
Creo que macho no aguanta dolor, y que es mejor decirle a un hijo que se golpea que “aguante como una hembrita”.
Creo que Hillary Clinton es la cabeza de una nación poderosa, aunque más poderosa que ella es siempre mi mujer.
Creo que eso de la “batalla de los sexos” es un invento para distraernos de lo importante, y que si en efecto hay esa batalla, ya se sabe el resultado antes de pelearla, así que ¿para qué?
Creo que los celos son un fastidio y la pasión una fuerza destructiva que nunca tiene futuro.
Creo que las mujeres se respetan entre sí mucho menos que los hombres.
Creo que el hombre compite para ganar y la mujer compite para destruir a su contrincante.
Creo que una mujer nunca es mujer sólo porque es madre, que hay madres que son pésimas mujeres y mujeres grandiosas que nunca procrearán.
Creo que la modestia y la humildad están sumamente sobrevaloradas, y que la ambición determinada es en realidad la gran virtud.
Creo que todos mentimos, y mucho, y que después de “si te soy sincer@...” siempre viene una mentira.
Creo que si la religión es el opio de los pueblos, las ideologías son el Crystal- Meth, por no hablar del sexo disfrazado de romance. Creo que es tu prerrogativa lanzarte por cualquiera de los tres barrancos, o por los tres si así lo prefieres, pero yo prefiero decirle NO a las drogas.
Creo que el mayor logro del Ché y Marilyn es que erán increíblemente fotogénicos.
Creo en el respeto y no en la tolerancia.
Creo que el sexo nos obsesiona principalmente porque estamos urgidos y no lo asumimos.
Creo que la estupidez es un crimen que debería ser penalizado, que el chisme es un cáncer que hay que erradicar, y que el fanatismo es una imbecilidad para la que no tengo ni tiempo ni paciencia alguna.
Creo que sentimos la urgencia de criticar a los que cometen las mismas faltas que nosotros pero no queremos verlo. Y creo también que los críticos, de cualquier índole, se cambiarían en un instante y sin pensarlo por aquel a quien critican.
Creo que el reguetón es una aberración intolerable, pero ¿quién soy yo para decirlo?
Creo que tenemos que dejar a Dios tranquilo y mirarnos muy de cerca al espejo antes de juzgar. 
Creo que no soy un hombre de fe, pero nadie podrá decir nunca que no soy un creyente.

Tuesday, April 3, 2012

¿Qué haces con tu vida? [SexoSentido, la revista · Abril*]

¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Esa fue la pregunta que vino a mi mente de inmediato la noche en que vi en los “Critic’s Choice Awards” a George Clooney presentarle a Sean Penn un premio honorario por su trabajo en Haiti mientras Brad Pitt aplaudía de pie.
Evidentemente cambiaría mi carrera sin pensarlo por la de cualquiera de estos tres extraordinarios actores, cuyos trabajos han modelado un inalcanzable patrón para todos los que compartimos oficio con ellos. Pero más allá de sus logros profesionales, sus logros humanos emergen para darle al planeta (y presentarme a mí esa noche)  una lección difícil de digerir.
Es normal que cada vez que Angelina Jolie aparece en medio de un campo de refugiados, hermosa como pocas, conmovida auténticamente y efectivamente haciendo algo por el mundo, alguna imbécil tenga la urgencia de decir, mientras se retoca las raíces en la peluquería, que la tipa es una robamaridos anoréxica. Cada vez que Sean o Clooney aparecen en Haiti o Darfur en evidente acción para ayudar a un desvalido o detener un genocidio, algún eyaculador precoz tiene la urgencia de decir, mientras campanea un güisqui sobre su prominente panza, que uno es un comunista y el otro un maricón de closet. Y así vamos continuamente, juzgando desde la superficialidad y la estupidez a los que son mejores que nosotros (y más bellos, y más talentosos, y más ricos, y muy superiores en todo el sentido de la palabra).
Ese juicio que parecemos necesitar para poder seguir viviendo inmersos en nuestros fracasos y miserias, suele ser lo suficientemente notorio como para provocar largas charlas que disimulen lo que somos y corran una pesada cortina ante la pregunta necesaria.
¿Qué, pues, estamos haciendo con nuestras vidas?
No me refiero a por quién estamos votando, con quién nos estamos acostando o a quién le estamos rezando, esa, por favor, no es la ruta que me interesa.
Si vemos las vidas de los tres caballeros: un soltero empedernido y gozón, un divorciado atormentado de izquierdas o un guapetón casado y padre de siete, es evidente que no importa ninguna de las tres preocupaciones básicas de los “nadie”, esos que van por la vida en la especulación constante sobre las posturas políticas, preferencias sexuales o creencias religiosas de sus semejantes para clasificarlos y definir si están con ellos o en su contra. Esa necesidad tribal del chismecito y la etiqueta no es relevante en lo absoluto. Uno vota una vez cada cuatro años, fornica (con suerte) una vez a la semana y reza (si es un hombre/mujer de fe) si acaso una vez al día. Ninguna de las anteriores es “lo que somos”,mucho menos “lo que hacemos con nuestra vida”. No somos tampoco lo que decimos ser, que para eso, por favor, basta que le eches un vistazo objetivo a tu vida y a lo que dices que tu vida es.
Nuestras acciones y decisiones, en cambio, sí: somos lo que construimos y dejamos como evidencia, nada más.
¿Qué estamos haciendo entonces realmente con nuestras vidas?
¿Estás satsfech@ con le que dejas construido como legado?
¿No deberíamos estar haciendo algo más? 

Carta del Editor
Sexo Sentido, La Revista
Abril 2012

*más de Sexo Sentido Abril ¡ya en quioscos!

Saturday, March 3, 2012

De visita al REHAB

Este mes tengo en temporada una nueva obra. Se trata de un drama titulado HIGH (ALTO) que Mimi y yo vimos en Broadway y nos animamos a comprar y producir en Venezuela.
Para nosotros, que vivimos tanteando al público y sus deseos, no es fácil dar con buen material, pero en cuanto vimos el trabajo de Kathleen Turner, la protagonista de la pieza en Broadway, y escuchamos el planteamiento del autor, supimos que era algo importante, tal vez no complaciente o no lo que nuestro público espera, pero necesario, sin duda, y apostamos por esto.
La obra gira en torno a las adicciones, al alcohol, a las drogas, al sexo (todos tenemos una, y los que dicen que no son los que están peor) y la fe (o la falta de ella) como ingrediente crucial en todo proceso de rehabilitación. Todo esto, claro está, barnizado con el humor ácido y el sarcasmo necesario para tolerar la vida, que ya de por sí es suficientemente ruda, y apuntalada con profanidad, sexo y violencia, como lo está la vida de todos aunque lo neguemos.
Obsesivo, compulsivo, adictivo como soy, pues, me puse a hacer mis deberes en función de dirigir esta joyita que remueve al más pintao, y me embarqué junto con Mimi, Carlota Sosa, Christian McGaffney y Rafael Romero (valientes de escenario como pocos que conozco) en este viaje que nos pedía, exigía, volar ALTO. Y como nada es casual, sucedió que el proceso nos tocó a fondo, y al menos en mi caso me cambió (como suele suceder en todo trabajo que no nos queda otra alternativa que enfrentar).
Para los que nos hemos entrenado a ver y leer entre líneas, HIGH nos da varias claves importantes que hoy quiero compartir con ustedes.

 Luis Fernández y Christian McGaffney en una escena de HIGH

Tu secreto mejor guardado
Decía “El Talentoso Señor Ripley” que todos tenemos un cuarto en el que guardamos nuestros secretos oscuros y que cerramos con llave... Allá en el fondo, muy bien guardado y enmascarado, probablemente vergonzoso e inconfesable, al menos uno de esos secretos permanecerá escondido durante toda nuestra vida. Ese secreto, que de tanto cubrir con cientos, miles, un millón de cosas y excusas, a veces incluso a nosotros mismos nos parece que ha desaparecido, no sólo siempre está allí, como al asecho, sino que es justamente el gran secreto que define lo que somos. Exponerlo no es casi nunca una opción, pero supongo que enfrentarlo en privado, conocerlo y reconocerlo, aunque sea para devolverlo a su escondite, me parece hoy algo imprescindible para lograr un mínimo de coherencia en nuestra vida.
Tú te preguntarás ¿qué es lo que tu pareja, tu hijo, tu madre puede estar escondiéndote? ¿qué es eso tan grave y vergonzoso? Y yo te responderé, ¿cuál es el tuyo? No porque quiera que me lo digas, sino porque tú deberías saberlo.
Luego vuelve a guardarlo. Un mundo en el que todos fuéramos con nuestros secretos expuestos sería un mundo de locos intolerable.
Así que cada vez que te encuentres en la tentación de decir que entre tu amado y tú no hay secretos, desiste de mentir y mentirte con algo que es un imposible, aunque soñemos con que alguien dé con la llave y abra la puerta y vea lo que somos realmente y aún así, por encima de todo eso, nos ame.

Carlota Sosa como la Hermana Helena y Christian McGaffney como Andy en HIGH

A veces gana la conciencia, a veces gana el sobreviviente
El auge de la autoayuda, los mil y un caminos espirituales de nuestro tiempo tan perdido y pagano, el sinfín de fórmulas y recetas ofrecidas por los autores de best-sellers, nos han venido mostrando diversas definiciones de eso que llaman “la conciencia”. Y es probable que gracias a esta influencia de vez en cuando actuemos de forma “conciente” o al menos nos demos cuenta de cuando estamos en falta. Sin embargo, la vida no es sólo eso. Siempre hay un balance entre la verdad y la mentira. Muchas veces una verdad será reprimida y con miras a la supervivencia se dirá una mentira. “Todos lo hacemos, y todos lo negamos y todos nos juzgamos los unos a los otros por hacer exactamente lo mismo”, dicen en HIGH. Y es cierto. Bueno sería entenderlo para no perder tanto tiempo valioso apuntando a terceros por algo que de inmediato hacemos nosotros.
Aceptar que NO somos buenos, al menos no tanto como queremos pensar que somos y ciertamente mucho menos de lo que le hacemos creer a los demás, me parece hoy un paso importante en el camino.

El Padre Miguel y la hermana Helena discuten sobre el futuro de Andy

Alcanzar la sobriedad
La sobriedad normalmente la entendemos en relación al alcohol y parecería algo sencillo, incluso obvio para los que no toman, pero si la extendemos a todo lo demás, si la comprendemos como sinónimo de cero chisme, impecabilidad en la palabra, erradicación de malos hábitos, en fin, verticalidad ética en nuestra vida diaria, la sobriedad resulta tan necesaria como difícil de conseguir.
Más aún, suponiendo que nuestra conciencia logra poner cierto orden y logramos desarrollar la voluntad necesaria para alcanzarla con mucho esfuerzo, una vez lograda veremos que alcanzar la sobriedad es la parte sencilla. Mantenernos sobrios es lo que resulta casi imposible.

El hecho es que ser parte de esta obra, que por cierto tienes que ir a ver en el Teatro Trasnocho esta temporada, me ha clarificado sin tregua varios puntos necesarios en eso que unos llaman rehabilitación y que yo prefiero bautizar como el proceso de convertirnos en la mejor versión posible de nosotros mismos.
Por ahora les confieso que si bien estoy haciendo mis deberes, me perdonarán los místicos del teatro y los “rehabilitados” de rigor, pero no puedo mirarme en este espejo que me pone HIGH al frente sin vodka cerca. No estoy aún tan elevado o no me se engañar a tal punto.




HIGH [ALTO] de Matthew Lombardo se estrenó en Broadway en Marzo de 2011. Mimi Lazo produce esta versión en el Teatro Trasnocho, bajo la dirección de Luis Fernández con Carlota Sosa, Christian McGaffney, Rafael Romero y Luis Fernández. 

Tuesday, February 21, 2012

HIGH [ALTO] el nuevo fenómeno de la escena en Venezuela


una obra de Matthew Lombardo
una producción de Mimi Lazo
dirección Luis Fernández
con 
Carlota Sosa
Christian McGaffney
Luis Fernández


Ambiente Familiar


La familia, escuché decir estos días, es ese grupo de personas con las que normalmente en tu vida no te relacionarías ni tendrías interés alguno en conocer, pero que por ataduras genéticas y condicionamientos sociales no tienes otra alternativa que soportar.
La afirmación, por supuesto, me sonó radical y despiadada, pero por alguna razón permaneció rondando en mi mente, como cuando te revelan una gran verdad que de ninguna manera estás dispuesto a reconocer.
Por semanas, todo lo que me rodeaba, los temas de conversación de mis amigos, las películas que veía, las noticias que me interesaban, de una u otra manera terminaban girando alrededor del tema, y supe entonces que no era una coincidencia: la gente, mucha más de la que uno se imagina, está urgida por entender, resolver y liberarse de su respectivo “ambiente familiar” en una búsqueda instintiva de una mejor familia.
Causalmente analizaba, pues, como tarea de mi taller de guión cinematográfico, la historia de El Padrino, y me di cuenta sin esfuerzo que la película nos gusta, no porque se trate de una excitante historia de criminales, pues con eso no nos identificamos demasiado normalmente, El Padrino es un clásico porque se trata de la historia de una familia, en la que todos son corruptos y asesinos, sí, pero también una en la que prevalece, por encima de todo, la lealtad. Eso es algo que si no tenemos en nuestras familias, deseamos con vigor, de manera que una pequeña familia clase media de Caracas puede empatizar y comprender a niveles profundos el funcionamiento y las decisiones de una familia de la mafia en Nueva York en 1970, quererlos sin juzgarlos y apostar por el éxito de sus crímenes sin mayor dificultad.
Los Corleone permanecían unidos a lo largo de las 3 horas del film por sus “valores” familiares, los datos estables que todos en el grupo creían (reales o no, pero estables para todos) y alrededor de los que se organizaban como un sólido núcleo que podía luchar contra el mundo.
Comprendí entonces que si tomamos una familia cualquiera, la tuya o la mía, formada por individuos sumamente disímiles con sus disfunciones particulares, sus ambiciones diversas y sus metas divergentes, como no es lógico que permanezcamos naturalmente unidos, tenemos que, como los Corleone, fabricarnos una serie de datos estables, acuerdos específicos que no importa si se ajustan a la realidad, pero que son los mismos para todos los miembros del grupo. Mantener constantes estos acuerdos a lo largo de los años es lo que, más allá del amor o del “llamado de la sangre”, nos mantendrá unidos.
Resulta muy fácil entonces entender los roles de cada quién en el grupo, el por qué generación tras generación siempre hay una tía mala, un hermano egoísta, una madre sacrificada, un hijo con problemas. No es que realmente sea la tía mala o la madre abnegada o que tenga problema alguno el mequetrefe, pero es vital que todos crean que eso es así para mantener a la familia unida. El hijo siempre tendrá “problema” para darle sentido al “sacrificio” de la madre que a su vez le dará justificación perfecta a la “maldad” de la tía en una dinámica infinita que se vuelve el cemento que une los bloques del gran muro que define a ésta o aquella familia.
No obstante, no es nada sencillo aceptar que la primera frase de este escrito es cierta y que no es el amor de familia lo que nos une realmente. Si fuéramos de reunión en reunión confrontando a nuestra familia con esta realidad y haciéndoles ver que el amor, la solidaridad, la lealtad sucede unas veces más que otras entre unos pocos pero no son lo “valores familiares” que nos unen como a los insignes Corleone, arruinaríamos sin remedio toda fiesta familiar. No es, como la mayoría de las verdades en la vida, algo que nos gustaría asumir, mucho menos algo que haríamos público y notorio. No se vería bien. No nos dejaría bien parados, y nuestra familia, en un acto instintivo de supervivencia como clan, fabricaría un nuevo dato instantáneo que nos separe del grupo para que éste pueda seguir existiendo como siempre.
Preferimos por lo general soportar las reuniones familiares con alcohol, limitarlas a las estrictamente necesarias, fingir que somos una familia muy unida y ejemplar, aunque tengamos que cargar a escondidas con incómodas verdades, culpas secretas y resentimientos inconfesables. Lo normal en una familia promedio. O elegir otra familia de amigos que sí nos ama y nos es leal porque les da la gana y no porque es su obligación.
Ahora bien, animado por Coppola y con profunda envidia de Pacino, ya no por su carrera, sino por su criminal, leal e incondicional familia, me imaginé un plan de acción. ¿Qué tal si nos envalentonamos y salimos de una vez y cuanto antes de ese closet familiar? ¿Qué tal si revisamos los datos estables de nuestro núcleo y nos replanteamos los acuerdos? Podríamos tal vez dar con nuevos y más constructivos, aunque incómodos, datos alrededor de los cuales nos podríamos organizar un poco más funcionalmente.
Podríamos por ejemplo comenzar asumiendo que ni nuestros padres ni nadie más tiene culpa alguna sobre nuestras frustraciones y fracasos. Si entendemos que no hay otro responsable de nuestras vidas que nosotros mismos, daríamos un buen primer paso, para luego, sin culpas ni remordimientos decirle por ejemplo a la madre que eso que parece un sacrificio es lo que a ella más le gusta hacer, así que puede hacerlo sin poner cara de drama para manipularnos. Podríamos encontrar que nada de lo que ha hecho la malvada tía es realmente malo y que se puede quitar la etiqueta que ya no le va. Podríamos ponerle un parao al hermano y decirle que su problema es que es un flojo y un cómodo, y mandarlo a trabajar. Tal vez no sea una tarea fácil, tampoco será bienvenida, pero sería liberadora.
No “caemos” en nuestras familias por accidente. Tampoco se da el amor automáticamente por compartir parte del ADN. Y para ser verdaderamente familia tenemos que replantearnos continuamente los acuerdos, actualizarlos en la medida de nuestros cambios individuales y ser los que somos, ni más ni menos.
Claro también podríamos olvidarnos de todo esto, pensar que la afirmación que inicia este escrito es la de un cínico sin remedio, ponernos las máscaras de “familiares amorosos” para ir a la fiesta y seguir así viviendo en familia... y en negación.