Sunday, July 31, 2011

El Niño Gay

“You were born this way, baby”. Lady Gaga

En 1965, cuando su hijo Kirk tenía apenas 5 años, Kaytee Murphy vio a un psiquiatra en un programa de televisión hablando sobre el desorden de identidad de género en los niños y cómo era posible, si su hijo sufría del “síndrome del niño afeminado”, someterlo a tratamiento y “curarlo” de su potencial homosexualidad. En el programa, el experto ofrecía una lista de 10 características, si el pequeño tenía al menos 5 de ellas era “oficial” que el niño sufría del síndrome y muy probablemente terminaría siendo un hombre homosexual.
Para entonces, cómo lo es en algunos círculos aún hoy en día, se señalaba a la madre como la única responsable de la “enfermedad mental” de la “homosexualidad” de sus hijos varones. De allí que Kaytee, sintiéndose enormemente culpable del comportamiento de su hijo, buscara desesperadamente ayuda para remediar sus “errores”.
A esa edad, cuando los niños juegan desprejuiciados sin pensar siquiera en lo que está bien o mal, en lo que se debe o no, en esa etapa en la que nada de lo que se hace tiene grado alguno de malicia y es la inocencia la protagonista de la diversión, Kirk, en lugar de jugar con una Barbie como hubiera preferido instintivamente, comenzó a ser tratado con una terapia experimental bajo la tutela del psicólogo George Rekers.
Rekers, quien además de psicólogo es ministro ordenado de la Iglesia Bautista (asunto que traeré a colación más adelante), le aseguró a la incauta madre que de Kirk cumplir con su tratamiento erradicaría de su conducta el elemento femenino y crecería para ser un hombre heterosexual “normal”. Y Kaytee encontró en él el camino de la expiación de sus culpas y tal vez la solución a la vida de su adorado pequeño. No fue así, sin embargo. No fue así en lo absoluto.
Cuando el tema de los hijos homosexuales salió a colación en uno de mis programas de radio mientras conversaba con mi amiga Cristina Valarino, una irreverente psicóloga, ella dijo sin mucho aspaviento, “Señora, si a su hijo le gusta jugar con muñecas, es muy probable que sea gay. Asúmalo cuanto antes y déle las herramientas para ser un hombre feliz… y gay”. Su declaración la hizo blanco de un sinfín de llamadas, insultos y descalificaciones de todo tipo. Pero yo, que suelo ponerme siempre del lado del que recibe la pedrada, estuve de acuerdo con ella.
No obstante, el tono desesperado de las madres que llamaban al programa pidiendo la solución para sus hijos “afeminados” me produjo una enorme inquietud. Tal como Kaytee, la mayoría de esas mujeres se sentía inmensamente responsable de que sus hijos varones se comportaran como niñas y estarían, como lo estuvo Kaytee, dispuestas a cualquier cosa, cualquier alternativa o terapia para remediarlo.
Y cómo no comprenderlas, si es algo habitual ver a nuestros amigos con hijos pequeños plegarse al diagnóstico de estos “especialistas” y drogar a sus niños creativos sólo porque no prestan atención a temas aburridos en colegios negligentes. Cómo no comprender que una madre esté dispuesta a someter a su hijo a un tratamiento experimental si con él le erradicarán la homosexualidad, que a sus ojos lo hará infeliz, y con ella su “culpa” en el asunto.
El caso es que Kirk estuvo en tratamiento por un buen tiempo. Cada comportamiento femenino que desplegaba era severamente castigado y cada salida de “machito” se premiaba, como si del perrito de Pavlov se tratara. Y así creció, convencido y convenciendo al mundo (al menos de la boca para afuera) de que era un hombre “normal” y curado de esa “abominación” (término favorito de los bautistas).
Pero como nada en la vida es así de simple y todo lo que hacemos tiene sus consecuencias, en el año 2003, luego de una larga agonía interna de la que pocos, si alguno estaban al tanto, Kirk se ahorcó y dio por terminado el terrible y difícil asunto de vivir su propia vida. Kaytee quedó destrozada, como es natural, y recientemente, convencida de que la dolorosa decisión de Kirk fue producto del tortuoso tratamiento de Rekers, decidió hacer pública la historia con la esperanza de que otros niños gay y sus familias no tengan que vivir el mismo horror.
Reker, que ha citado desde los setenta a Kirk como el “experimento exitoso” en sus extensos estudios sobre cómo curar la homosexualidad, lamenta hoy su suicidio pero no se hace responsable. Insiste en que el tratamiento funciona y que la homosexualidad se puede curar.
Ahora bien, a todas las madres que aún preferirían un hijo torturado y aparentemente heterosexual que uno feliz pero gay, les comento que entre las cosas que el psicólogo niega está el haber contratado un trabajador sexual para que viajara con él a Europa, lo desmiente aún cuando fue fotografiado con el guapísimo efebo alquilado a su regreso de su viaje “romántico”. Al parecer, la terapia que él asegura que funciona en otros no ha tenido mayor efecto en la homosexualidad que guarda bajo llave en su propio clóset.
Aún removido por esta terrible historia, y con las voces de angustia de mis radioescuchas aún en la cabeza, recuerdo la afirmación de Cristina y me pregunto una vez más ¿qué tiene de malo que nuestros hijos sean gays? ¿Hasta cuando la tontería? ¿Mandaríamos a nuestros hijos morenos a una terapia para ser blanqueados? ¿Los someteríamos a una tortura para que cambiaran el color de sus ojos o se le alisara el cabello? ¿Van a venirme de nuevo con la cita de la Biblia esa que ustedes nunca se han leído? ¿Vamos a escuchar la opinión de una Iglesia plagada de pederastas respecto al tema? Y es aquí que traigo de nuevo a colación el que Rekers sea ministro Bautista, pues es esa la iglesita diabólica que citando la Biblia acude a los funerales de los soldados americanos y hasta de el Elizabeth Taylor a proclamar que “Dios los tiene ardiendo en el infierno” por homosexuales o por luchar contra el SIDA, como en el caso de Liz.
Creo que en un mundo de especialistas instantáneos con narcisismo galopante es el momento de tener extremo cuidado con los diagnósticos que se hagan a nuestros hijos y con las etiquetas que les coloquemos.
¿No sería mejor, tal como recomendaba Cristina, que tomemos conciencia del tema, aceptemos nosotros la realidad de nuestros hijos y sencillamente les demos las herramientas para sentirse orgullosos de lo que son, para que no sean discriminados por nadie, para que sean, por encima de las etiquetas y los prejuicios, felices?
Esa sí sería una buena y efectiva terapia.

Esto y mucho más en la revista SexoSentido de Agosto.

Friday, July 29, 2011

La "Empleada" del mes

En mi stand up, “No eres tú, soy yo”, pregunto noche a noche a las mujeres que asisten la razón por la cual ellas creen que una mujer sale con un hombre casado. Las respuestas, después de mil funciones, se han ido regularizando en una estadística que he comentado aquí varias veces.
Estos resultados, que no inventé yo, irritan a algunas de ustedes, tranquilizan a otras y me sorprenden a mí, por lo general y a pesar de que ya intuyo lo que me van a responder.
Esto hasta la función del jueves pasado. Una señora muy elegante, se atreve desde su rincón, y en voz serena pero liberadora me responde “para no perder el trabajo”.
La respuesta me descolocó. Por única entre miles, por fuerte y dolorosa también. Acto seguido a las respuestas que me dan, suelo hacer un comentario de los míos, que decodifique lo que eso que me dicen realmente significa, que le quite el peso dramático a la cosa y que le permita a las mujeres presentes que crean aquello, y que gocen de un buen sentido del humor, reírse un poco del asunto y restarle dominio así sobre sus vidas y decisiones. Un poco lo que trato de hacer con todas las respuestas que yo mismo me doy. Sin embargo, mi rapidez mental fue esa noche retada por la dama de la respuesta única. Me detuve unos instantes a sopesar las implicaciones de aquello mientras la gente pensaba que se trataba de algo gracioso y reían al fondo. Todos menos la dama y yo, que por un momento de esos que no se dan con frecuencia, conectamos. Ella me miró valiente y casi desafiándome a que le respondiera. Yo sólo atiné a decirle, en un ataque de tontería trivial, y tal vez para mitigar el momento que amenazaba con tornarse dramático, si acaso ella trabajaba para Clinton. El público continúo riendo. Ni ella ni yo sonreímos.
La dama de la respuesta única me abrió esa noche la puerta a una realidad que pocas veces me han comentado, la del acoso sexual en el trabajo.
Vivimos en un país donde esto ocurre a diario y de manera masiva. No sólo ocurre, sino que es “normal”. Sí, lo he visto, no me lo han contado, y probablemente si usted misma no lo ha sufrido ya en carne propia, lo habrá presenciado igualmente. Y también le habrá parecido normal. Esas cosas que pasan. Que el jefe llegue de un almuerzo, algo prendido, y en lugar de hablarle de trabajo, le diga algo alusivo a sus senos, a ese no-sé-qué que usted tiene y que a él le gusta. Y usted le seguirá la corriente y pensará que esta es una más de las cosas que una mujer debe tolerar para estar a la altura del juego de los “caballeros”. Algo, pues, normal.
Más aún, quien sabe si como la dama, tendrá usted o su compañera que eventualmente dársela al sujeto para que su negativa no se convierta en una causal de despido y se quede usted, que mantiene a tanta gente, sin su fuente de ingresos.
El panorama que me planteó en cinco palabras la dama de la respuesta única me pareció de entrada triste y demoledor.
En cualquier país desarrollado, este comentario de su jefe, esta invitación indecorosa (por ponerle un título) no sólo no es normal, sino que es un delito que se puede denunciar, que se debe demostrar, y por el que el sujeto pagará lo suyo. Pero eso es en otra parte, no aquí. Aquí incluso podría suceder que el normalísimo ataque fuera percibido por alguna de ustedes, las más parecidas a Lewinski, las más impresionables por el poder, las más inclinadas a la evasión y al sufrimiento, como un cumplido excitante y un logro con el que "chapear" a compañeras de cubículo.
Entonces pensé, usted está en todo su derecho, tanto de ejercer líbremente su aberración autodestructiva, como de escoger de entre tantas las batallas que ha de pelear, y si no tiene las ganas o la energía de lanzarse a demostrar este delito, si prefiere, como la dama, asumir la empresa como una más de las cosas que debe sacrificar en su proceso de supervivencia, pues, efectivamente, está en todo su derecho.
Pero me pareció necesario dejar (y dejarme claro) que el asunto no es normal, por muy frecuente que sea, y que si a usted no le gusta, no le excita o no le encuentra necesidad, no tendría que sufrirlo. También quería comentarle que cuenta con el precario apoyo que yo pueda brindarle, si decide no soportar la injusta exigencia. Y si decide salir con el tipo para no perder su trabajo (o para gozárselo y padecerlo), cuenta conmigo también.

Tuesday, July 26, 2011

Calmas Gemelas

En uno de esos escasos ratos de ocio que me quedan por estos días me dediqué a ver con mi esposa una película que no me hiciera pensar (pensé), a ver si la cabeza dejaba de darme vueltas por este o por aquel tema y vencía esa noche mi clásico insomnio. Pero lo que en principio parecía una comedia romántica sin mucho fondo, se tornó de pronto en toda una tesis sobre eso que ustedes llaman el "amor de la vida".
Los protagonistas se conocían comprando un libro, que no por coincidencia era uno de mis favoritos, El amor en los tiempos del cólera, y a partir de allí se declaraban almas gemelas. Debían entonces sortear todo un universo de obstáculos, y guiados por las aparentes coincidencias que ocurren en la vida, reencontrarse y amarse por los siglos de los siglos.
Aquello, como era de esperar, me parecía una soberana tontería, pero al ver a mi mujer, que es casi tan escéptica como yo, retorcerse de ternura ante tanto romanticismo y suspirar secretamente deseando que yo fuera tan romántico como el protagonista de la cinta, tuve un súbito ataque que en nada se parecía al sosiego que buscaba viendo una película que creí tonta. Por un lado la nausea se apoderó de mí ante la sensiblería que le atañen al supuesto amor, por otro, experimenté la inquietud inevitable que siente el hombre inteligente cada vez que su pareja de modo sutil le expresa lo mucho que ha fallado en satisfacer sus expectativas.
En una escena le dejaban a la hermosa damisela de la película un regalo en una enorme caja posada en un piso de madera cubierto de pétalos de rosas y rodeada de cientos de velas prendidas. Ella abría una caja y luego otra y otra, hasta llegar a una cajita del interior que por supuesto contenía el bendito anillo de compromiso. Yo, que inmediatamente tiendo a pensar más en el potencial incendio provocado por las velas y en la ladilla de tener que barrer los pegajosos pétalos del parqué, que en la joyita, no encontraba nada en aquello que pudiera parecerse a la vida, pero mi mujer entonces, en uno de esos vuelcos inexplicables, me mira y me pregunta si yo alguna vez haría algo así por ella. Si me conoces como supongo que me conoces, le digo, sabes muy bien que ni de vaina, tendría que tomar un taller de “detalles románticos” con nuestro amigo Daniel Sarcos, por ejemplo, a quien eso, a pesar de haberse divorciado tres veces, se le da muy natural. Ella, algo decepcionada, se vuelve a sumergir en la película y remata diciendo, Me encantaría hacer una película como esta..., como implicando que ya que no puede vivirlo en la realidad, pues como buena mujer está dispuesta a resignarse a vivirlo en la ficción.
Al final de la película, las almas gemelas perdidas se reencuentran por fin, y claro está, comienza a nevar, y ambos ven las estrellas, venciendo sin esfuerzo temperaturas bajo cero, y se besan y suena el tema musical y hasta cruza por el firmamento una estrella fugaz y todas esas cosas que vienen de la mano con el romance. La película terminó, ¡gracias a Dios! Mi mujer suspiró entonces de emoción durante los créditos finales ante la posibilidad de que aquello efectivamente exista y pueda sucederle. Yo sencillamente opté por pensar en otra cosa para no enfrentarme a esa recurrente sensación de fracaso monumental. De más está confirmarles que la calma que buscaba no apareció por ningún lado y el insomnio esa noche se anunció aún peor que de costumbre.
Pero la cosa, no crean, no terminó allí. Como llegado este punto he desarrollado ciertas armas de supervivencia ante la implacable e imposible expectativa femenina, y con mi ansia intacta de poder, por fin, esa noche dormir bien, esperé el momento justo, cuando la cosa puediera parecer incidental, digamos, durante la cena, entre un tema y otro, y como quien no quería la cosa comenté: ¿No te parece curioso que la película haya terminado allí? Me encantaría ver qué pasa con la primorosa parejita cuando se den cuenta, a la semana del romántico reencuentro, que no se conocen, que difícilmente tienen algo en común además de la novela del Gabo, y que casi hubiera sido preferible que aquel amor se quedara en un imposible. Supongo que ninguno de los dos, después de tanto preámbulo, querrá reconocer que han basado su futuro como pareja en una zoquetada monumental y se dedicarán un buen par de años a tolerarse y mentirse a sí mismos con que la cosa es de hecho un amor entre almas gemelas. Por último, ya exhaustos de tanto fingir, decidirán probablemente separarse, como es lógico, por incompatibilidad de caracteres, o peor aún, permanecerán unidos para siempre, pero por el odio, como tantísimos otros. Esa sí es la película que se parece a la vida, rematé. 
Mimi, que es una mujer que toma muy en cuenta la irrefutable evidencia a su alrededor, estuvo de acuerdo y calmó su ansia de romance. Yo por mi parte logré mi anhelada calma.Y fue así que esa noche dormí como un bebé.

Monday, July 25, 2011

Gerenciando el burdel


A 2 años del estreno de "A 2.50 la Cubalibre"

En uno de los primeros artículos de Sexo Sentido que escribí, hace ya más de cinco años, hacía yo un homenaje, por decirlo de alguna manera, a una soberbia puta senegalesa que cual Venus de Botticelli subsahariana guapeaba el frío invierno madrileño semidesnuda en los caminos de la Casa de Campo. Me topaba a aquel portento de mujer de lunes a viernes a eso de las siete y cuarto de la mañana en mi ruta habitual al estudio de grabaciones de una telenovela, siempre estoica ella, yo siempre de mal humor. Nunca hablamos, pero por un capricho mío que intuyo de vidas pasadas, algo de ella me era afín. Con el tiempo, analizando que podía tener en común un actor sudaca de culebrones y una africana determinada a subsistir, comprendí que efectivamente nos parecíamos más de lo que una obvia perturbación me permitía reconocer. Proveníamos de polos opuestos del planeta, era yo un privilegiado egocéntrico y ella una sobreviviente de mil hambrunas, yo pálido y de apenas un metro ochenta, ella casi de dos metros y negra a más no poder, sin embrago, a pesar de lo que parecían distancias insalvables, ninguno de los dos estábamos ejerciendo nuestra vocación. De allí su estoicismo y mi “mala leche”, concluí. Yo odiaba la horrenda telenovela en la que trabajaba probablemente casi tanto como ella el bendito parque florido, escenario de su tragedia cotidiana, y quién sabe si en la misma medida que odia usted la forma como tiene que ganarse la vida. Y usted podrá molestarse conmigo ahora y decir que por muy terrible que sea su trabajo no es comparable con el de la senegalesa, que el suyo será malo pero al menos es legal, y yo le responderé que si dejamos la hipocresía a un lado por un instante apenas, no sólo es comparable, es esencialmente idéntico, y el que el oficio más antiguo del mundo no sea del todo legal y nuestra forma de “prostituirnos” sí, no es sino la guinda que corona la doble moral a la que estamos tan acostumbrados.
Una vez asumido el hecho de que para mí, hacer telenovelas malas era lo mismo que estar semidesnudo en Casa de Campo ofreciendo polvos baratos, sentí una suerte de liberación y cobré una interesante conciencia sobre el trabajo que elegí ilusionado apenas cumplir los dieciséis. Vi clarito además que al igual que ellas, los actores no gozamos de seguridad social, no estamos realmente catalogados como profesionales “decentes” ni para la ley ni para la mayoría del público que, al igual que con las trabajadoras del sexo, se sirve de nuestro oficio, no cobramos por lo general ni horas extras ni beneficios, y por si fuera poco, una vez que se nos caen las nalgas y se nos pasa el cuarto de hora, como no terminemos adueñándonos del burdel, estamos destinados a pelar cada vez más ante una clientela caníbal (o unos "fans" de afectos mutables y frágiles) que prefiere turgencia juvenil a talento experimentado y que dicen "amarte" hasta que pasan a odiarte sin intermedios racionales.
No somos, les explicaba a las actrices protagonistas de esta obra, distintos en lo absoluto a las ficheras de un bar de la Baralt. No sólo nos parecemos, nos asemejamos incómodamente demasiado, tanto como se parece el bar al país que habitamos. 
El caso es que casi sin quererlo, mi mujer y yo, en nuestro afán indecente de adueñarnos del turbio negocio del espectáculo que protagonizamos, celebramos en breve 2 años ininterrumpidos gerenciando un burdel “teatral” titulado A 2.50 la Cubalibre, un bar con ficheras de primera que le resultarán tan familiares y célebres como perturbadoras. No serémos las más baratas ni las más sencillas, pero sí de las más eficientes en nuestro oficio, cosa que usted, ávido consumidor de gratificaciones instantáneas, no se puede perder. 
Mariángel Ruiz como La Sabrosa "conspira" con Nacarid Escalona como La Enrollada

Yo como La Caimana, en mi humilde homenaje a Amy Winehouse

Sindy Lazo como La Güevona y Erica Santiago como Selva María, haciendo lo que más les gusta en la vida: sufrir por un hombre

"A 2.50 la Cubalibre" continua de miércoles a domingo en Capital Piso 5 del Tolón. Entradas en www.tuticket.com 

Thursday, July 21, 2011

El Amante de una Mujer Casada


Una historia basada en pechos reales

1
Durante años me he preguntado por qué una mujer sale con un hombre casado. Las justificaciones que he recibido de las miles de mujeres a las que he interrogado al respecto han sido tan variadas como insólitas.
Suelo terminar de irritar a mis amigas feministas concluyendo que si una mujer sale con un hombre casado, en realidad no es por el hombre en sí, que vamos a estar claros, no ofrece mayores cualidades como para emprender tamaña empresa de consecuencias certeramente autodestructivas. Si algo las incita, prosigo, es la competencia cuaima vs. bichita, quitárselo a la otra y convertirse en la señora de… cualquiera.
Hago esta aseveración a la espera de que alguna de las mujeres que padecen el síndrome del hombre casado me la refute y me dé por fin alguna razón real y concreta por la que valga la pena el sacrificio y el sufrimiento que claramente ofrece la aventura.
Sin embargo, en un giro de esos con los que nos suele sorprender la vida, sobre todo cuando creemos estar a punto ya de dar con lo que buscamos, conocí a un hombre que le dio vuelta de 180 grados a mis teorías y me mostró en una conversación cándida y sin vericuetos, los pormenores del asunto desde una óptica más racional. Una visión que excluye las aristas de la competencia genérica y la adicción al drama con la que aderezan la coyuntura las mujeres, y nos permite recorrer el tema sin maquillaje ni distorsiones emocionales.
Fernando (me limito a su nombre para preservar su intimidad) es un abogado de 37 años, se considera moderadamente exitoso, tiene una novia hermosa que fue miss hace unos años y es, por encima de su rutina de hombre promedio, el amante de una mujer casada.

2
Quedamos en almorzar en el Café Sambal, uno de los restaurantes del hotel Mandarin Oriental en Miami. Llegué, como suelo hacer, diez minutos antes a la cita, lo que me permitió poner en orden mis ideas y tomarme el primer Dry Vodka Martini straight-up con Kettle One, que valga el paréntesis es de los mejores del mundo gracias a la famosa barra del lobby del hotel.
Fernando llegó puntual, de flux y corbata a pesar del infernal y húmedo calor de ese día. Le di las gracias por acceder a compartir su peculiar historia conmigo (y con ustedes) y él se sintió halagado de poder hacerlo, luego comprendí el por qué.
Nos encontramos en Miami, siendo ambos venezolanos y residentes en Caracas la mayor parte del año, porque Fernando hacía esos días escala de uno de sus viajes “especiales”. Venía de uno de sus encuentros con la mujer casada con la que mantiene una relación desde hace casi cuatro años y era justamente allí, de regreso a la patria, a la rutina, a su novia, que me interesaba interceptarlo.
Esta vez había sido en Londres el encuentro. Específicamente en el hotel Dorchester donde su amante lo citó para pasar dos noches intensas de placeres inmediatos y conversaciones sin futuro. “Ha sido duro en muchas áreas, para empezar tuve que perfeccionar el inglés porque C (la mujer de quien sólo colocaremos su inicial) no habla español”, me comenta de entrada. Por lo general es en Londres o en Paris que ella lo cita, aunque una vez llegaron a verse en Dubai. “Verás, C es una mujer bastante célebre, extremadamente culta y enormemente valiente, no sólo por tener una relación paralela que podría, de descubrirse, poner en riesgo hasta su credibilidad profesional, sino también porque su trabajo como corresponsal de una conocida agencia internacional de noticias la suele colocar en lugares recónditos y hasta peligrosos en los que se suceden las más importantes noticias del mundo, lo que la ha hecho, entre otras cosas, acumular un buen número de millas de vuelo”. Fernando por su parte no se queda atrás porque una vez que C le envía el pin notificándole corporativa que tiene el boleto prepagado en tal línea aérea para, digamos, el lunes por la mañana, debe él poner un alto en su cotidianidad y escapar al otro lado del Atlántico, al otro lado del mundo, por apenas 48 horas y hacerla “una mujer feliz”.

3
Se conocieron en Nueva York, en una gala benéfica de una fundación en la que Fernando iba acompañado de la que en octubre será su esposa. Una venezolana espectacular, como tantas otras, que fuera representante del estado Barinas en un pasado Miss Venezuela y que no tiene hasta el sol de hoy ni idea de estos exóticos paréntesis de su prometido. “Para entonces, me cuenta Fernando, mi inglés era bastante precario y C iba también acompañada de su esposo, pero creo que lo nuestro fue un flechazo metafísico, algo que estaba destinado a suceder por encima incluso de nuestras voluntades y de los miles de obstáculos aparentemente insalvables que desde el comienzo se nos presentaron. Ella me dio un apretón de manos profesional pero sus ojos se clavaron en mí de una manera que no he sentido nunca a una mujer mirarme. Ella lo decidió allí, en ese momento, no me cabe la menor duda, y tal vez fue precisamente por eso, por lo imposible que parecía el que un tipo como yo y una mujer como ella pudiéramos tener algo, que sucedió. C, que hoy está sentada entrevistando a Tony Blair y mañana a Ahmadineyad, es claramente una mujer de retos que no conoce de imposibles”.
Su esposo es también célebre en ciertos círculos financieros de Nueva York, ciudad donde C reside con su familia oficial, cosa que veta a la Gran Manzana como posible lugar de encuentro. Como el Medio Oriente es uno de sus destinos frecuentes, Londres y Paris son, pues, los puntos de encuentro de Fernando y C.
“Físicamente puede que a muchos les parezca C una mujer normal, mayorcita, e incluso carente de atractivo, pero no para mí. Te confieso sin pena que yo, que me he cogido a unas cuantas venezolanas de medidas perfectas y tetas de silicona, encuentro en la gravedad natural que asalta las formas de C un encanto irresistible, ¿sabes?, cuando por ejemplo uno termina de hacer el amor y queda exhausto mirando al techo y luego te vuelves a ver a la mujer con la que acabas de tener esa experiencia maravillosa y encuentras que es una mujer real, que sus senos se desparraman cómodamente en su pecho, que sus caderas, sus piernas, toda ella es efectivamente real, y que ella está absolutamente cómoda y feliz de ser como es, con arrugas y normalidades, que se para y va hacia el baño con esa desfachatez, sin importarle que yo le vea sus defectos, con la luz encendida y ese tono de desenfado de insolencia en el ser, eso, para uno que ve los pezones de las venezolanas apuntar invariablemente al norte pase lo que pase, resulta extraño y maravilloso”.

4
Le pregunto entonces si está enamorado de ella y si no desearía que esa sensación que describe se prolongara más allá de un encuentro de 48 horas en un hotel. “Por supuesto que estoy enamorado de ella, más que eso, la amo, pero no quiero nada más que lo que tengo con ella, es perfecto, verás, yo respeto mucho la vida de C, es una mujer compleja e inteligente como ninguna que he conocido, está siempre en el ojo del huracán y lo que hace lo hace por pasión y amor a su trabajo, respeto eso, respeto a su esposo, que tiene que adorarla, y entiendo que lo nuestro, sea lo que sea, es algo que existe en esa medida justamente porque dura lo que dura, porque está prohibido, porque podría acabar con todo si se descubriera y porque no tiene futuro. Si yo dejara a mi novia y ella se divorciara y nos casáramos, eso tan extraordinario que disfrutamos no duraría ni un año. Ambos sabemos eso y no nos damos mala vida”.
Pero, insisto, cuando estás en Caracas y cenas con tu novia y mantienes con ella una conversación muy distinta a las que sostienes con C, cuando planificas la boda en octubre y sabes que tu vida se enrumba hacia destinos divergentes a los de una célebre corresponsal internacional de noticias, ¿qué sientes? “Que la puedo perder en cualquier momento, que puede que un día la que va a ser mi esposa esté a punto de dar a luz a mi hijo y no pueda yo responder al pin de C y ella pierda su interés en mí, claro, todo eso lo pienso, pienso que es inevitable que llegue ese día en el que C me diga que esa noche que acabamos de pasar en el Plaza Ateneé de Paris es la última y que ya no podremos vernos más. Sé que llegará el momento en el que su vida y la mía se vuelvan más complicadas aún y ya no podamos coincidir y tenga yo que conformarme con verla entrevistar a algún líder en televisión y mi recuerdo se vaya diluyendo en su memoria y pase a ser el venezolano aquel que se la cogía tan bien y con el que podía hablar y reír y olvidarse del agobiante acontecer mundial por unas horas, eso va a pasar, a la corta o a la larga, ambos lo sabemos y tal vez por eso los momentos que pasamos juntos los vivimos a plenitud, vivimos ese presente porque puede ser el último y eso es justamente lo que sostiene nuestra relación que ya va a cumplir cuatro años. Pase lo que pase, yo nunca la voy a olvidar, nunca la voy a recordar con resentimiento y sé que si lo nuestro termina, cuando termine, terminará bien, normal, como un acuerdo entre adultos, tal como comenzó, como una ventana que juntos abrimos y por la que disfrutamos de un mundo que es sólo nuestro, efímero, puede ser, pero nuestro, y eso que se siente, esa emoción, ese secreto, junto con los placeres que disfrutamos juntos, es lo que hace que el hecho de que ella sea casada y yo vaya a casarme en breve sean apenas detalles menores”.

5
Me termino el cuarto vodka. Ya casi es de noche pero queda suficiente luz para ver la aleta de un delfín en la bahía. Fernando se marchó hace ya más de una hora, pero yo sigo aquí, algo perturbado con la historia. Debo reconocer ahora que como me seducen las mujeres con poder estoy además algo envidioso de Fernando y sus citas con C. Pero por encima de todo creo que he comprendido algo que durante años ninguna mujer me había sabido explicar. Fernando no espera convertirse en el esposo de C, no quiere tener con ella nada más que lo que tienen. No está celoso de su esposo, no ha detenido tampoco su propia vida para ponerla a merced de los deseos de C. No se exigen nada, no se reclaman cosas. Tal y como lo describió el amante de esa mujer casada, lo que tienen es un clarísimo acuerdo entre adultos. Un pacto por demás excitante y casi envidiable, pienso, aunque no sé si las complicaciones que trae sean aptas para todo el mundo. 
Algo enamorado yo también de C, brindo por ella y por Fernando y me propongo ahora abandonar el tema. Estoy ya bastante ebrio como para ponerme a sacar conclusiones.



Wednesday, July 20, 2011

La respuesta del padre

“Él va a responder”, dice la joven. “Yo tengo fe, el va a responder”.
La frase surge de improviso en pleno pasillo del avión como la guinda de la torta.
Es junio, acaba de celebrarse el día del padre y el tema de la paternidad me ronda sin buscarlo. Y es así que abordo el vuelo con ruta Caracas-Miami y sin yo proponérmelo, mientras me abrocho el cinturón de seguridad, escucho la frase que me persigue cada junio en voz de mujer.
La protagonista de esta manida telenovela, como de costumbre, es joven y bella. Joven, pero no tanto. Bella, pero con ese toque desesperado que le resta a la belleza, al menos a mis ojos, todo atractivo real. La mujer se sienta cerca de Mimi cargando en sus brazos un bebé recién nacido. El niño vomita, Mimi la ayuda, y acto seguido se entabla entre ellas la misma conversación, calcadita pues, que he venido escuchando desde hace quince años.
La mujer acaba de parirle un hijo a un empresario casado que vive en Miami. Ella ha vendido sus cosas y ahorrado una platica para aventurarse a parírselo en Estados Unidos en un intento de acercarlo de algún modo al progenitor que ella tan malamente ha escogido. Mimi indaga en busca de la respuesta que de antemano sabemos que no existe. La pobre mujer, y digo pobre en todo el sentido de la palabra, actúa ahora tan perfectamente su rol de víctima que si Arquímedes Rivero la viera no dudaría en ofrecerle la protagonización: “No, Mimi, él va a responder, yo tengo fe, lo que pasa es que la mujer es una cuaima y lo tiene muy mal, fíjate que la tipa hasta mandó a uno de sus empleados al aeropuerto para vigilarme y comprobar que de verdad le había parido el niño, pero no, chica, él no, él va a responder, yo tengo fe”.
Y diciendo esto le hace una carantoña al niño y le dice en la voz que por alguna razón uno usa para hablarle a los bebés que su papá lo quiere mucho y que va a dar la cara por él. Mimi, que ya después de quince años de charla continuada o ha perdido la paciencia o ve las cosas con claridad, la increpa como si de una hija instantánea se tratara, “Mira niña, tu hijo ya sabe, porque la vida es así, este niño sabe que su papá no lo quiere y que hubiera preferido que no naciera, no le mientas desde ahora que después va a ser peor”.
La mujer, con la misma expresión que ponemos para refutarle a un padre cuando dice una verdad que no estamos dispuestos a aceptar, le replica, “Tú no entiendes, Mimi, yo estoy segura de que él va a responder, yo lo siento aquí, él va a responder, no sabes cuanto se lo he pedido yo a la Milagrosa, Mimi, yo tengo fe”.
Mimi, que es devota de la Milagrosa no puede dejar de enternecerse por la candidez de la mujer, por esa fe, esa esperanza. Pero por muy devota y por mucha fe, en un país de hombres entrenados para abandonar, hay cosas que no suceden y respuestas masculinas que no llegan ni con intercesión divina, y eso Mimi lo sabe, pero ya no le dice más, y quedan ambas allí admirando al hermoso bebé de destino incierto.
Yo no puedo evitar sorprenderme y, tengo que reconocerlo, molestarme un poco. Pero, luego, quién soy yo para estarme molestando por las decisiones de los demás, cuando lucho cada día por tomar mis propias decisiones. En todo caso, analicemos la cuestión una vez más.
No preguntemos ya por qué la muchacha, tan joven y tan bella y tan todo lo que es, sale con un hombre casado. Eso, por favor, ya no lo preguntemos que no tengo ganas de perder mi tiempo. Pero dígame usted, que probablemente sabe más que yo de maternidades y padres irresponsables, ¿por qué asume ella que el hombre va a responder?, ¿en qué se basa para creerlo?
Si analizamos al sujeto, si vemos que no sólo la ha preñado, no sólo no tiene intenciones de divorciarse de la presunta cuaima que lo hace tan infeliz, sino que ni siquiera le ha pagado a la amante un boleto en turista Caracas-Miami para que la tipa “LE” para el muchacho, ¿de dónde saca ella tal certeza?
¿Por qué, además me pregunto, siente ella que LE está pariendo un muchacho? ¿Acaso le está haciendo el favor de prorrogar su valioso legado genético a través de su útero joven y fértil? ¿Cómo es eso, señoras, de que a un hombre ustedes LE paren un muchacho? De una vez por todas asumamos que estamos convirtiéndonos en padres y madres de los hombres del futuro y que no estamos en el jueguito patético y egoísta de atrapar a un pocacosa con una barriga para que las convierta en señoras. Eso no termina bien ni en las telenovelas de Arquímedes.
Por último, si un hijo es lo más grande, cosa con la que no puedo estar más de acuerdo, ¿por qué la elección del padre es de parte de ustedes un acto de fe?
No puedo entender como el futuro de lo más grande que nos puede suceder en la vida lo podemos basar en algo tan imposible de controlar. No se puede escoger un padre y ver si tenemos la suerte de que salga bueno o con la fe de que el tipo al final responda. Tampoco me parece justo entregarle esa responsabilidad a la Milagrosa, que tendrá asuntos más importantes que atender en el mundo.
Ya en pleno vuelo el niño se ha dormido. Mimi, que nunca puede quedarse callada, se aventura ahora a decirle a la joven que es muy poco probable, si no imposible que es sujeto de la cara. Ella, ciega de “amor”, no lo ve, desde luego, nadie aprende por experiencia ajena y alguna de ustedes, romántica empedernida, entenderá la historia de la muchacha y me dirá que yo no puedo comprenderla porque probablemente yo nunca he conocido el amor verdadero.
La verdad, esa clase de amor enceguecedor a tal punto ni lo he vivido ni me interesa vivirlo, sobre todo porque no se parece nada a lo que creo que es el amor real. Además, son amores que dejan consecuencias que pican y se extienden por generaciones.
Ahora bien, yo no tengo ningún juicio que hacer, repito, no soy yo nadie para opinar, pero me hago estas preguntas a ver si alguna de ustedes se las quiere responder. Después de todo, si de algo estoy seguro, es que serán ustedes la únicas que al final terminarán respondiendo.

Wednesday, July 13, 2011

Amor a Segunda Vista


Por estos días dirijo una nueva obra de teatro en Nueva York. La invitación a hacerlo me llegó por sorpresa, así como la obra que debía dirigir. Verán, mis temas, y los que me interesan de entrada, suelen ser rudos, provocadores e incluso hasta violentos, como buen hijo de una post-modernidad con galopante déficit de atención. Sin embargo la pieza que me encargaron dirigir era una comedia romántica.
Aun cuando digo no tener prejuicios, como suele suceder cuando uno dice algo, es evidente que los tengo y el género de la comedia romántica está entre los que yo no digiero particularmente, de modo que a primera vista el asunto cargaba una nota de decepción.
Pero las cosas suceden por una razón, y apenas entrándole al tema, justo cuando estaba a punto de recurrir a la manida frasecita de que nada de lo que uno desea llega realmente tal y como lo esperamos, apareció el giro que volvía una simple comedia de amor a lo Jennifer Aniston en algo verdaderamente interesante: los protagonistas de la historia, la parejita romántica, pues, estaba al borde de celebrar su cumpleaños número 80. Allí la cosa se me tornó sin duda como algo interesante y la elusiva sensación de que estaba sucediendo exactamente lo que tenía que pasar se hizo presente.
Y es que aunque uno haya celebrado los 40, escriba sobre los derechos de las minorías y se proclame de avanzada, pensar en un romance a los 80 sigue siendo una idea subversiva por decir lo menos.
¿Es acaso posible? Me pregunté.
De inmediato vinieron a mi mente recuerdos de algo que había archivado en mi memoria justamente para este análisis.
A comienzos de siglo, Mimi y yo vivimos una temporada en Madrid. Una ciudad maravillosa en muchas áreas, con algunos ingredientes insólitos. Entre los que me quedaron grabados estaban dos. El primero, que siendo una urbe cosmopolita (o con esas pretensiones) almorzar en horario no comprendido entre 2 a 4 pm es algo totalmente imposible (supongo que servirá esto para algún otro análisis). El segundo, que las parejas que se besan apasionadas en los bancos de las plazas son en su mayoría de la Tercera Edad.
Aquello nos parecía a Mimi y a mí, nativos de un país en el que a los treinta se siente uno ya “palo abajo”, por un lado casi perverso, pero por otro, ciertamente esperanzador. No obstante, las latas entre sexagenarios no volvieron a mi consideración hasta ahora, cuando debía dirigir a un par de actores extraordinarios, algo mayores que mis padres, en una historia que los llevaba a encontrar el amor por primera vez en sus largas vidas a las puertas de los ochenta.
Allí, cuando “cambia el orden establecido” y los hijos, e incluso los nietos, tienen voz y voto por encima del propio, cuando se debe pedir permiso a los hijos para hacer esto o aquello, cuando ya no parece posible valerse pos sí mismo, la idea de este romance extemporáneo comenzó a hacerse en mi percepción más y más lógico.
Hay tiempo de sobra a estas alturas, y la idea de no ser del todo independiente pero aún con las ganas de serlo, sumía a mis protagonistas en una angustia bastante parecida a la de la adolescencia, justamente la época destinada por la vida y por los autores de romances a encontrar el primer e inolvidable amor.
Así que verlos inventar excusas y travesuras para justificarse el amorío no era para nada forzado.
Por otra parte, con los días contados por el implacable reloj biológico y la nefasta estadística, resultaba algo incluso urgente si, como en el caso de ellos, nunca, ni en la adolescencia ni después habían dado con su alma gemela.
Si hubiera sido yo un sujeto promedio, la osadía de los “viejitos birriondos” me habría parecido un exabrupto, como no.
Pero por suerte ni soy promedio ni aquello que aprueba la mayoría me ha parecido jamás la norma a seguir, así que no había error, tenía que toparme con esta obra e involucrarme en su realización.
Me pregunté entonces (y le pregunto a usted ahora), ¿tendría yo el valor de permitirme el enamoramiento, el romance, el sexo a esas alturas? ¿Lo tendría usted que con apenas 50 ya bajó la santamaría resignada? ¿Le parecería lógico, normal, sensato, que su madre o su abuela deje de lado su rol de “viejita indulgente” y se lance por el despeñadero de la pasión en lugar de estar cocinándole a los nietos? ¿Tiene uno, pues, que comportarse como gente de su edad?
Si miro a la gente de mi edad, los que apenas cumplen cuarenta, la verdad no encuentro a muchos felices. No me quiero imaginar como estarán cuarenta años más tarde. La idea de tenerme que comportar como ellos porque es lo que se estila, lo que es correcto, me horroriza ahora y para entonces será aún peor.
No es fácil romper la estadística. No es para nada sencillo salirse del rebaño, hacerse las preguntas necesarias, respondérselas e ir en pos de la felicidad y la autorrealización. Y con el paso de los años la cosa empeora o uno se resigna, da igual. Pero si la norma de los morales y los correctos es también la de los infelices, ¿qué tal si mandamos a los hijos y hasta a los nietos a ocuparse de sus propias vidas y sus errores, que no serán pocos, y nos lanzamos a los ochenta a vivir una pasión desenfrenada?
Yo no soy muy proclive a celebrar las pasiones porque creo que ninguna pasión tiene futuro, tampoco le pienso contar el desenlace de esta obra, pero si me lo preguntaran a los ochenta, creo que esa es la edad perfecta para vivir una pasión. Y quién sabe si por el camino, y por primera vez en nuestras largas vidas, encontramos sin engaños ni edulcorantes aquello que los románticos llaman el amor verdadero, ese que nada tiene que ver con la juventud, las baladas pop y el trinar de pajaritos.

Monday, July 11, 2011

Terminando como Terminator

Más allá del juicio que todos parecen estar prestos a hacer cada vez que una celebridad comete una falta y esta se hace pública con terribles consecuencias para su vida privada, los recién revelados “pecados” de Shwarzenegger son propicios para analizar las razones por las que un hombre es capaz de arriesgarlo todo por un polvo.
De acuerdo a los numerosos especialistas que saltan a etiquetar las conductas fallidas de las celebridades para recoger sus migajas de celebridad, existen razones científicas que vinculan a los hombres poderosos con el escándalo sexual. Son incontables los hombres de poder que han arriesgado sus puestos y sus familias ante la tentación del polvete incidental y esto, al parecer, no es una coincidencia.
Según los expertos, el hombre de personalidad fuerte que ambiciona el poder y trabaja en función de lograrlo con éxito, suele ser compatible con un punto de narcisismo que en muchos casos lo lleva a pensar que está exento de las consecuencias de recibir sexo oral de una joven de 21 años en la oficina oval de la Casa Blanca o de una trabajadora sexual en su carro en pleno Sunset Boulevard.
Y por lo general, en la mayoría de los casos (los que nadie descubre), es así. El hombre poderoso cede a la tentación de ejercer también su poderío en la arena sexual, su aventura pasa por debajo de la mesa y su ego se potencia a alturas inalcanzables.
Pero de cuando en cuando, la feladora guarda el vestido con rastros de semen para que sea analizado el ADN, una patrulla de policía se le antoja revisar el vehículo sospechoso o una criada muy fértil se preña inoportunamente y explota el escándalo que entretiene al planeta dándole a los “nadie” la ocasión de divertirse con la fallida vida de los que ellos nunca llegarán a ser.
De acuerdo, el sujeto habrá cometido una falta, pero es una falta bastante promedio en realidad. Lo que no es para nada usual es lo que ellos arriesgan en esta jugada. Eso hace que el asunto tome los giros excitantes de una película y convierta su indiscreción en asunto de interés global.
Para ser francos, la mayoría de los hombres diremos que la cosa no es para tanto, que probablemente aquello no significó mucho y que si oficialmente “no lo metió”, la felación no constituye en sí una relación sexual. Y del otro lado, muchas mujeres se enardecerán horrorizadas y a otras tantas le parecerá el protagonista de la osadía bastante más sexy que antes.
El eterno ciclo del atractivo hombre de poder que tal vez, sólo tal vez sucumbiría ante el encanto de una pasante gordita, una prostituta negra o una cachifa mexicana, es decir, ante una mujer cualquiera por encima de sus extraordinarias esposas, ofrece al planeta femenino un aire de posibilidad que hace el evento mucho más perturbador.
Ellas censurarán con horror de la boca para afuera a Clinton, Grant y Shwarzenegger, sin duda, pero muchas también fantasearán con ser Mónica, Divine o Mildred, mujeres normales y hasta feítas que lograron con los favores del semental demostrar que pueden ganarle a portentos como Hillary, Elizabeth y Maria, aunque al final, en el doloroso y vergonzoso asunto los únicos ganadores son los chismosos y paparazzis que viven de hacer el circo.
Evidentemente éste no será el último escándalo que escucharemos de un hombre poderoso enredado con una mujer equis, pero sería prudente y sensato, hombres ambiciosos del planeta, entrenarse a controlar los bajos instintos para no terminar como Terminator.

Si quieres leer más de este y otros temas similares, busca tu revista SexoSentido de Julio en quioscos.

Tuesday, July 5, 2011

La cola de las novias

Una pareja amiga, a quienes queremos y respetamos por ser ejemplo de integridad, generosidad y bondad, nos manifestaron recientemente su deseo de casarse. Normalmente Mimi en esta coyuntura organizaría de inmediato un festín, convocaría a nuestros mejores amigos y sería la madrina perfecta, porque no es secreto que para mi mujer, casada cinco veces ya, no hay nada más importante que una boda. Pero el detalle es que esta pareja no es como la mayoría de las que Mimi reúne y casa y celebra. Trabajan, luchan por sus metas, sueñan con hijos y familia, pero tienen un pequeño bemol a ojos de la mayoría: son del mismo sexo. Y está visto que, aún hoy en pleno siglo 21, aunque parezca mentira, cuando en la boda las novias son dos, vaya que traen cola.
Para nosotros, dados a la celebración franca de la diversidad, esto no supone una consideración especial, pero fuera de nuestro mundo, esta pareja amiga no tiene el derecho que nosotros damos por sentado. 
A raíz de esto, en un arranque de activismo, se me ocurrió twittear: Todos deberíamos tener el derecho de casarnos con la persona que amamos sea del sexo que sea. Y la verdad, es lo que creo, con el corazón en la mano.
Tengo que reconocer que la gran mayoría me mis seguidores no me decepcionaron. Mi comentario recibió un apoyo masivo. Pero estaba también un 10% de ellos que me descalificaron enardecidos.
Normalmente desestimo cualquier cosa que crea sólo un 10% de cualquier grupo, pero si mi interés es el de defender los derechos de una minoría, lógico era que prestara atención a este grupito que me contradecía. De modo que los leí y consideré con cuidado sus comentarios.
Para mi sorpresa, todas, absolutamente todas las personas que se sentían “perturbadas” moralmente por mi tweet, me explicaban que Dios había creado al hombre y a la mujer para que se reprodujeran y que Dios “aborrecía” (cita textual) el “amor entre hombre y hombre o mujer y mujer”. 
Y a los heterosexuales que no nos interesa reproducirnos, ¿también nos aborrece ese Dios? Me pregunté.
Entendí entonces que hay un grupo de personas que en cuanto algo los saca de su circulito de creencias inflexibles, recurren de inmediato a una cita bíblica fuera de contexto. Lo hacen para validar y solidificar el punto en el que creen sin posibilidad a cambios y evolución, pero lo peor es que lo hacen, salvo contadas excepciones, sin haber jamás leído la Biblia.
Si vamos a citar a conveniencia las sagradas escrituras, tendríamos que comenzar por leerlas, digo yo. Y si la cosa es creer en ellas de forma fundamentalista, pues hay que hacerlo en toda su extensión. Si la usamos para asegurar que Dios aborrece el amor entre personas del mismo sexo, cosa que yo pongo seriamente en duda porque Dios debe tener cosas más importantes que aborrecer del mundo de hoy que el amor, también tendríamos que creer, por ejemplo, la parte misógina de Eclesiastés en la que dice que “no hay peor maldad que la maldad de una mujer, que la suerte del pecador caiga sobre ellas…” o la elegía de David a Jonatán en la que el rey proclama: "Angustiado estoy por ti, oh Jonatán, queridísimo. Tú eras mi dulce amor, mucho más dulce que el de las mujeres" y aceptar el hecho bíblico que al Rey David se le mojaba la canoa.
Al final saqué dos conclusiones, la primera, ten cuidado con lo que citas porque se puede volver en tu contra. La segunda, creo que Dios preferiría un mundo en el que tengamos el derecho a amar y “aborrecería” más al grupo de gente que anda juzgando a sus semejantes en lugar de preguntarse el por qué de tanto odio.