Uno de los
grandes pensadores de nuestro tiempo, el gran Deepak Chopra, comenta que los
seres humanos respondemos al estímulo exterior de acuerdo a varios niveles de
conciencia. El más primitivo, el nivel de respuesta del hombre de Neandertal,
es el del “ataque y huída”. Etiquetar al otro para saber si pertenece a nuestra
tribu o si es de la tribu contraria, es de lo más bajo que podemos hacer como
especie, y sin embargo, si miramos alrededor, es lo que hacemos a diario.
La
polarización que vivimos es la materialización contemporánea de la clase de
respuesta del hombre tribal, y pareciera que para vivir en el mundo hoy de
manera “aceptable” debemos “tomar bandos” y practicar, como nuestros antepasados
prehistóricos, el peligroso juego de la etiqueta superficial, catalogar así a
nuestros semejantes como propios o enemigos y bajo esta premisa aceptarlos o
atacarlos.
El juego de
la etiqueta consiste pues en suponer. Especular si el vecino nos odia, si la
compañera de trabajo nos envidia, si la amiga oculta un plan, si aquella actriz
es drogadicta, si éste otro es gay. Suponer y especular. Necesitamos además,
para sostener la etiqueta, crearnos una teoría de conspiración y sustentarla en
el tiempo con cualquier artilugio que la valide y la vuelva una verdad en la
tribu entera, y para ello nada mejor que el rumor y el chisme.
Pero no
podemos jugar el juego a estas alturas del partido sin tener claro algo
importante: suponer cosas (y afirmarlas) sin tener evidencias, si bien nos hace
la vida de lo más entretenida y hasta puede que nos provoque la ilusión de
tener un propósito y ser “activistas” del bien, realmente nos acerca
peligrosamente a la estupidez, al dogmatismo y a la ignorancia.
El juego de
la etiqueta superficial que practicamos perniciosamente a diario en nuestra
sociedad es el mismo juego que terminó por colocarle la estrella de David en la
solapa a los judíos en la Segunda Guerra; es el juego responsable de que
“parametraran” a los homosexuales en la Cuba revolucionaria, o el que colocó a
cientos de brillantes intelectuales norteamericanos en la lista negra durante
el macartismo. Es el mismo juego que condujo a brujas y herejes a la hoguera.
Es, hay que saberlo y recordarlo, un juego perverso que siempre termina mal.
Entiendo que
nosotros los humanos no nos caracterizamos por ser particularmente buenos ni
estamos inclinados a la evolución, pues es evidente que salvo por la tecnología
y la moda, poco es lo que hemos avanzado. Pero no podemos olvidarnos de nuestra
propia historia para no seguir cometiendo los mismos errores inconscientemente.
Recordar que el jueguito de la etiqueta nos ha conducido al crimen, la guerra y el genocidio, no cae nada mal. Sobre todo, es bueno traerlo a colación con frecuencia por estos días, no digo que para que usted deje de etiquetar, pero para que por lo menos lo haga con la conciencia de lo que su participación en el juego va a producir (y producirle) en breve.
Recordar que el jueguito de la etiqueta nos ha conducido al crimen, la guerra y el genocidio, no cae nada mal. Sobre todo, es bueno traerlo a colación con frecuencia por estos días, no digo que para que usted deje de etiquetar, pero para que por lo menos lo haga con la conciencia de lo que su participación en el juego va a producir (y producirle) en breve.
Yo le
propongo cambiar de juego. La invito a que antes de juzgar al otro suponiendo,
se mire usted de cerca al espejo (que mire que evidencias sobre “su caso” le
sobran) y se etiquete con conocimiento de causa.
Y si le
provoca salir a cazar brujas, sepa que a la corta o a la larga (y hay sobradas
evidencias de esto) va a terminar usted también en la hoguera.