Tuesday, February 21, 2012

HIGH [ALTO] el nuevo fenómeno de la escena en Venezuela


una obra de Matthew Lombardo
una producción de Mimi Lazo
dirección Luis Fernández
con 
Carlota Sosa
Christian McGaffney
Luis Fernández


Ambiente Familiar


La familia, escuché decir estos días, es ese grupo de personas con las que normalmente en tu vida no te relacionarías ni tendrías interés alguno en conocer, pero que por ataduras genéticas y condicionamientos sociales no tienes otra alternativa que soportar.
La afirmación, por supuesto, me sonó radical y despiadada, pero por alguna razón permaneció rondando en mi mente, como cuando te revelan una gran verdad que de ninguna manera estás dispuesto a reconocer.
Por semanas, todo lo que me rodeaba, los temas de conversación de mis amigos, las películas que veía, las noticias que me interesaban, de una u otra manera terminaban girando alrededor del tema, y supe entonces que no era una coincidencia: la gente, mucha más de la que uno se imagina, está urgida por entender, resolver y liberarse de su respectivo “ambiente familiar” en una búsqueda instintiva de una mejor familia.
Causalmente analizaba, pues, como tarea de mi taller de guión cinematográfico, la historia de El Padrino, y me di cuenta sin esfuerzo que la película nos gusta, no porque se trate de una excitante historia de criminales, pues con eso no nos identificamos demasiado normalmente, El Padrino es un clásico porque se trata de la historia de una familia, en la que todos son corruptos y asesinos, sí, pero también una en la que prevalece, por encima de todo, la lealtad. Eso es algo que si no tenemos en nuestras familias, deseamos con vigor, de manera que una pequeña familia clase media de Caracas puede empatizar y comprender a niveles profundos el funcionamiento y las decisiones de una familia de la mafia en Nueva York en 1970, quererlos sin juzgarlos y apostar por el éxito de sus crímenes sin mayor dificultad.
Los Corleone permanecían unidos a lo largo de las 3 horas del film por sus “valores” familiares, los datos estables que todos en el grupo creían (reales o no, pero estables para todos) y alrededor de los que se organizaban como un sólido núcleo que podía luchar contra el mundo.
Comprendí entonces que si tomamos una familia cualquiera, la tuya o la mía, formada por individuos sumamente disímiles con sus disfunciones particulares, sus ambiciones diversas y sus metas divergentes, como no es lógico que permanezcamos naturalmente unidos, tenemos que, como los Corleone, fabricarnos una serie de datos estables, acuerdos específicos que no importa si se ajustan a la realidad, pero que son los mismos para todos los miembros del grupo. Mantener constantes estos acuerdos a lo largo de los años es lo que, más allá del amor o del “llamado de la sangre”, nos mantendrá unidos.
Resulta muy fácil entonces entender los roles de cada quién en el grupo, el por qué generación tras generación siempre hay una tía mala, un hermano egoísta, una madre sacrificada, un hijo con problemas. No es que realmente sea la tía mala o la madre abnegada o que tenga problema alguno el mequetrefe, pero es vital que todos crean que eso es así para mantener a la familia unida. El hijo siempre tendrá “problema” para darle sentido al “sacrificio” de la madre que a su vez le dará justificación perfecta a la “maldad” de la tía en una dinámica infinita que se vuelve el cemento que une los bloques del gran muro que define a ésta o aquella familia.
No obstante, no es nada sencillo aceptar que la primera frase de este escrito es cierta y que no es el amor de familia lo que nos une realmente. Si fuéramos de reunión en reunión confrontando a nuestra familia con esta realidad y haciéndoles ver que el amor, la solidaridad, la lealtad sucede unas veces más que otras entre unos pocos pero no son lo “valores familiares” que nos unen como a los insignes Corleone, arruinaríamos sin remedio toda fiesta familiar. No es, como la mayoría de las verdades en la vida, algo que nos gustaría asumir, mucho menos algo que haríamos público y notorio. No se vería bien. No nos dejaría bien parados, y nuestra familia, en un acto instintivo de supervivencia como clan, fabricaría un nuevo dato instantáneo que nos separe del grupo para que éste pueda seguir existiendo como siempre.
Preferimos por lo general soportar las reuniones familiares con alcohol, limitarlas a las estrictamente necesarias, fingir que somos una familia muy unida y ejemplar, aunque tengamos que cargar a escondidas con incómodas verdades, culpas secretas y resentimientos inconfesables. Lo normal en una familia promedio. O elegir otra familia de amigos que sí nos ama y nos es leal porque les da la gana y no porque es su obligación.
Ahora bien, animado por Coppola y con profunda envidia de Pacino, ya no por su carrera, sino por su criminal, leal e incondicional familia, me imaginé un plan de acción. ¿Qué tal si nos envalentonamos y salimos de una vez y cuanto antes de ese closet familiar? ¿Qué tal si revisamos los datos estables de nuestro núcleo y nos replanteamos los acuerdos? Podríamos tal vez dar con nuevos y más constructivos, aunque incómodos, datos alrededor de los cuales nos podríamos organizar un poco más funcionalmente.
Podríamos por ejemplo comenzar asumiendo que ni nuestros padres ni nadie más tiene culpa alguna sobre nuestras frustraciones y fracasos. Si entendemos que no hay otro responsable de nuestras vidas que nosotros mismos, daríamos un buen primer paso, para luego, sin culpas ni remordimientos decirle por ejemplo a la madre que eso que parece un sacrificio es lo que a ella más le gusta hacer, así que puede hacerlo sin poner cara de drama para manipularnos. Podríamos encontrar que nada de lo que ha hecho la malvada tía es realmente malo y que se puede quitar la etiqueta que ya no le va. Podríamos ponerle un parao al hermano y decirle que su problema es que es un flojo y un cómodo, y mandarlo a trabajar. Tal vez no sea una tarea fácil, tampoco será bienvenida, pero sería liberadora.
No “caemos” en nuestras familias por accidente. Tampoco se da el amor automáticamente por compartir parte del ADN. Y para ser verdaderamente familia tenemos que replantearnos continuamente los acuerdos, actualizarlos en la medida de nuestros cambios individuales y ser los que somos, ni más ni menos.
Claro también podríamos olvidarnos de todo esto, pensar que la afirmación que inicia este escrito es la de un cínico sin remedio, ponernos las máscaras de “familiares amorosos” para ir a la fiesta y seguir así viviendo en familia... y en negación.