Tuesday, March 5, 2019

My Own Private Neverland

A propósito del documental "Leaving Neverland", aquí la primera crónica de mi nuevo libro SEXO SENTIDO 4.
¿Para qué?
Mi cumpleaños número 40 lo celebré haciendo una de las cosas que más disfruto en la vida, mi trabajo. Sobre un escenario en la Torre CorpBanca en Caracas hice ese día la función creo que seiscientas y tantas de “No eres tú, soy yo”. Fue una función especial. La gente estaba conectada, reía y me acompañaba atentamente. Una función maravillosa, de esas en las que uno se ve de pronto casi en tercera persona y se siente como un médium que canaliza un mensaje que el público necesita escuchar y que pareciera venir de un poder superior. No porque mi mensaje fuera así de relevante, pero como era el mío y era mi noche, así lo sentí. Todo transcurría a la perfección, luces, sonido, texto, risas. Pero no por eso fue especial esa función. Tampoco porque estuviera cumpliendo 40. Sería más o menos a mitad del espectáculo que sucedió. Sería justamente porque todo iba bien, porque estaba conectado con la gente, porque el mensaje fluía y mi mente perfeccionista y torturadora estaba relajada unos minutos, que me llegó la certeza y la revelación se me presentó de manera nítida y contundente: Fui abusado sexualmente de niño.
Ahí está. Lo dije. Lo acabo de escribir. Lo leo. Aún me sacuden esas cinco palabras puestas juntas. Y me hubiera gustado tener otras cinco o seis palabritas con las que armar una oración más feliz para comenzar un libro. Algo que diera risa en estos tiempos de chistes superficiales y comediantes baratos de instagram. Pero esto es lo que hay.
Durante décadas el evento estuvo guardado bajo llave en algún recodo de mi enrevesado subconsciente. Lo normal cuando tenemos que lidiar con algo de esa envergadura sin tener herramientas para comprenderlo y procesarlo. Lo que hacemos para sobrevivir los que andamos por esta avenida que nos ha tocado transitar. Mucho antes de tener la opción de block en nuestras redes, los sobrevivientes de esta clase de experiencias con frecuencia bloqueamos lo sucedido y seguimos viviendo como si nada. Construimos una vida, una carrera y a veces, con suerte, una familia, bloqueando. Intentamos buscar la felicidad y tratamos de superar el instinto intermitente de autodestruirnos, bloqueando. Vivimos, lo intentamos, más o menos como cualquier otro, solo que a conciencia o no, cargamos con ese equipaje que, por momentos, pesa más que un edificio.
¿Por qué a mí? No es justo. ¿Quién es capaz de hacerle eso a un niño de cinco años? Dice una voz de víctima, uno que otro día, casi siempre por la mañana. Pero la voz llorosa y superlativa que grita pidiendo auxilio se silencia siempre con algo externo, una actividad cotidiana, algo que por normal nos arrastra a lo de todos los días, lo que se hace en automático, lo que tiene que hacerse. Y así seguimos adelante, creándonos hábitos, buenos y no tanto, hasta que deja de escucharse la vocecita impertinente, hasta que lo incómodo se nos olvida, hasta que ya no está. Y así, durante décadas.
La tendencia a la melancolía pierde la causa clara y se vuelve un rasgo de la personalidad. El tonito de rebeldía e irreverencia nos hace atractivos para los que no se atreven a decir ciertas cosas. Y el impulso por sobresalir y triunfar y decir “aquí estoy”, “existo”, “tengo una voz”, se vuelve para algunos de nosotros (los de esta tribu) una urgencia.
El caso es que allí, en medio de los terribles años de la adolescencia solitaria, ya mitigados los pensamientos suicidas y calmados con tareas y retos los hábitos destructivos, amaneció un día y hubo silencio. De pronto hubo, ese día cualquiera, ese día que no era distinto a los demás, un norte claro. No supe por qué, pero lo hubo. Porque siempre pasa eso en las películas, la luz, la salida, la señal esa de la que tanto hablan al final del puto túnel, aparece un día cualquiera y sin anunciarse. Y en mi caso fue El Llamado. Así lo titulé.
Tenía 16 y estudiaba el primer año de arquitectura en la Universidad Simón Bolívar (importante decir en este punto que me gradué de bachillerato a los 15 con notas excesivamente perfectas, cosa que no es fanfarronería de mi parte, todo lo contrario, más adelante explico) y no hablaba con nadie. No realmente. Mi capacidad de relacionarme con otros humanos era (sigue siendo) bastante precaria. El contacto físico más leve me resultaba incómodo, y aunque me masturbaba compulsivamente en esa época, una relación sexual más allá de mi mano derecha estaba fuera de toda consideración.
El día de El Llamado caminaba en la universidad cerca de un edificio espantoso, muy alejado de cualquier logro arquitectónico, y noté que una larga fila se formada en las afueras. Pregunté qué pasaba, que en mi caso no fue ir y preguntarle al primero que encontrara, era pensar si preguntaba, a quién preguntarle, armarme de valor, hablarle a otra persona, en fin, por agónico que parezca, era lo normal para mí en ese momento de mi vida. No recuerdo quién, uno ahí, me comentó que estaban haciendo las audiciones del grupo de teatro de la universidad. No sabía que había un grupo de teatro en la lugar donde llevaba un año estudiando, y que aquel edificio horrendo fuera de hecho un teatro, y menos aún que ese grupo buscara gente para actuar allí, dentro de ese edificio, en ese círculo secreto, y que esta gente afuera hiciera fila para competir por ser miembros de una asociación como esta que usaba el poco tiempo libre de sus miembros para cosas tan perversas como el arte y el teatro, y aquello me pareció maravilloso en verdad. Eso pensé justo antes de que El Llamado se materializara. Y así, como por arte de magia, efectivamente como un llamado divino y milagroso, terminé parado en el escenario del teatro de a USB haciendo el ridículo. Y fui, creo que por primera vez en mi vida, feliz. O no digamos feliz, no seamos exigentes, digamos que por primera vez fui. Con la excusa de ser otro, existí.
A partir de ese día mi tiempo se dividía entre el que pasaba en el mundo real, navegando eficientemente por mis compromisos académicos, y el otro, el que pasada sobre el escenario en una realidad paralela. Y paradójicamente el mundo del escenario me resultaba más auténtico. El personaje lo actuaba en la vida real, lo había venido actuando por más de una década ya, y en la ficción, interpretando otros que no eran yo, era más yo que nunca antes. Por esto siempre he dicho que el teatro fue mi terapia (la sigue siendo) y que gracias a él lo estoy contando. Honestamente no creo que hubiera podido llegar hasta aquí si no hubiera atendido aquel llamado ese día cualquiera.
Hice una pausa, estábamos a la mitad de la función, Mirtha Pérez esperaba su momento para subir al escenario a cantar “La nave del olvido” y a mí me había llegado el recuerdo del incidente. Cuando estas cosas pasan en una película el personaje permanece en silencio un buen rato, la cámara se acerca a su rostro para que captemos su tormento interior y el sujeto entonces sale del escenario dejando al público sin entender, corre por una avenida transitada y, por ejemplo, empieza a llover, y termina la escena con la llegada del personaje empapado a algún sitio relevante en la historia en pos de un desenlace. Pero en la vida real, mi vida real, que no por casualidad ocurría sobre el escenario, no fue más que una pausa. Me sudaban las manos. Estaba, desde luego, el nudo en la garganta, la zozobra, la ola de emociones en retroactivo que abrumarían a cualquiera y con toda la razón. Pero como eso de que “el show debe continuar” es absolutamente cierto, continué. Había vivido décadas “continuando” como si nada, así que unos minutos más no suponían gran esfuerzo, pensé. Pero sí. Creo que fue uno de los mayores esfuerzos de mi vida. Nadie lo notó, creo. Ni siquiera Mirtha. Pero pasó. Me decía, mientras en piloto automático terminaba el show perfecto con cada chiste en su lugar. Pasó. Y no era poco.
Y si en efecto fuera esto una película, ahora vendría el flashback. Veríamos a la gente vestida y peinada como en los 70 y al niño de cinco años sentado en la silla de la dirección del colegio, los pies colgando porque no llegan al suelo, las manos sobre el regazo, la camisa abotonada hasta el cuello, y a él al frente, de pantalón gris y camisa color rosa viejo. Es curioso como funciona la mente, de todo lo que podía haber recordado, el detalle del color particular de su camisa era protagónico. Hasta el sol de hoy detesto ese color. Que lo llamen rosa viejo, viejo, sí, parece un chiste macabro. Es “Thulian” en el Pantone de colores que usan en diseño. Detesto ese color.
Supongo que poco después decidí ser un estudiante modelo. El colegio siempre me pareció aburrido porque me resultaba muy fácil aprender, lleno de gente estúpida, alumnos y maestros por igual, de modo que me aferré a esa capacidad para intentar en todo momento ser perfecto. Pensé durante mucho tiempo que lo hacía para que mis padres me dijeran que estaban orgullosos de mí y esas cosas típicas que hacemos por aprobación, para sentirnos amados. Pero lo hacía, comprendí luego, para mantenerme alejado de la oficina del director. Para sobrevivir al “Thulian”, que en mi mente de niño era un monstruo de mil cabezas y mil bocas y mil colmillos en cada boca que comía carne humana. Todavía una parte de mí siente que si fallo, si cometo un error, si fracaso en algún proyecto, si decepciono a alguien por cualquier cosa, voy a terminar sentado en esa silla con los pies colgando y a merced del monstruo. Sé que no es verdad, pero una parte de mí lo cree y ya he aceptado que probablemente lo crea por el resto de mi vida.
Creo que por eso que le tengo fobia a las víctimas. A la gente que va por la vida buscando dar lástima. No los puedo soportar. Y eso pasa cuando te reflejan lo que eres. Lo más difícil de todo es darte cuenta de que eres una víctima. Siempre, por mucho que lo superes, serás el “sobreviviente de un abuso sexual”, porque como el sobreviviente de un ataque de tiburón llevas la cicatriz en el brazo, en el torso, en la mente. Y de todas las etiquetas que puedan ponerme, esa es de la que más había querido huir. Por eso ni siquiera me permití recordarlo hasta esa noche. Pero en mi intento despiadado por no ser víctima y no dar lástima había pasado casi cuarenta años siendo de una manera o de otra el efecto, la consecuencia de aquel ataque. Algo así le comenté a María Angélica, con quien hacía una terapia entonces (porque han sido años de muchas y diversas terapias, muchas y diversas tareas). Yo, que siempre he querido liderar proyectos y crear cosas y modificar mi entorno y emocionar al público y producir y generar, en fin, ser la causa de las cosas, había vivido durante décadas siendo el efecto de un incidente, que por grave y terrible que hubiera sido, no era más que eso, algo que pasó, que efectivamente me pasó, pero sólo eso.
La autora Brene Brown explica que cuando cometemos un error o hacemos algo que está mal, la gente funcional siente culpa y piensa “cometí un error, lo siento”.  Los sobrevivientes de incidentes como el mío sentimos vergüenza y pensamos “soy un error, lo siento”. Parece un detalle menor, pero esa vergüenza es poderosa. Aniquila toda capacidad de disfrutar lo más elemental y nos hace imposible alcanzar la felicidad. Cuando te quitan la inocencia antes de tiempo, te arrebatan esa posibilidad. No recuerdo, por ejemplo, haber jugado de niño. Tampoco recuerdo mi infancia como algo bonito, aun cuando fue una infancia aparentemente privilegiada. Enfrentar esta sensación de vergüenza genérica no es cosa fácil. Toma tiempo y dedicación. Hay que hacer el duelo, y en mi caso esto significó comenzar por asumir que había desperdiciado casi 40 años de mi vida en una carrera por ser perfecto y exitoso para ser aprobado sin disfrutar realmente ni uno solo de mis logros, porque nada de lo que había hecho hasta ese momento era por mí, sino por mantenerme lejos de ser una víctima, lejos de aquella oficina.
Y en este punto puede que estés pensando “qué duro”, “pobre niño”, “pobre Luis” y esas cosas que uno piensa cuando escucha o lee estas historias. Pero no, por favor. No lo pienses. Todos, absolutamente todos (tú también), venimos con algo que superar, al menos una prueba igual de dura, a veces muchas y hasta peores. A algunos nos llegan temprano en la vida, a otros después, supongo que cada cosa tiene su tiempo, pero no es la prueba en sí lo importante, sino lo que hacemos con ella.
Volvamos, pues, a la silla, al niño con los pies colgando, al nefasto color rosa viejo. Lo que sucedió a continuación es algo que todavía estoy procesando. Los detalles no son relevantes, lo relevante es entender que las cosas no pasan sólo porque sí, como dice el lugar común, todo pasa por algo, para algo. Pero ¿para qué? A lo mejor para escribir un libro o crear un espectáculo. Para ser mejor persona o para ayudar a alguien. Para ser buen padre o para comprender el sentido de la felicidad. Para valorar lo que tenemos y lo que podemos hacer. Para juzgar menos a terceros. Eso, para juzgar menos tal vez, en esta era del juicio y la sentencia instantáneos. En fin, el “para qué” no lo sé con exactitud, pero sigo buscando, ahora más serenamente, respuestas. Ese niño de cinco años, que soy yo, necesita saberlo.

Thursday, May 25, 2017

Si la Comuna 13 de Medellín pudo, Venezuela también.

En estos días aciagos, en los que la insensatez y la confrontación más primitiva saca lo peor de nosotros, tal vez porque soy un sobreviviente o porque en el fondo tengo más fe de la que profeso en la especie, la idea de la reconstrucción me ronda persistentemente. La sola palabra me empuja a pensar en lo que hay más allá de la victoria próxima. Qué pasa cuando la histeria se decanta y la euforia da paso a la tarea concreta. ¿Qué implica eso de reconstruir, un país, una ciudad, una familia, una amistad devastada por el odio? ¿Cómo lo haríamos, nosotros siempre tan adolescentes, tan de que nos resuelvan la cosa, tan de culpar al otro, tan de la superficie? Justamente pensaba en eso un domingo muy temprano llegando a trabajar en el rodaje de una película en Medellín, Colombia. Pasadas las 5 y media de la mañana me bajé de la van en medio de lo que me pareció en primera instancia un barrio como cualquier otro, uno que por muy parecido a Petare no se me hacía nada exótico. Pero si bien es evidente su semejanza con cualquiera de nuestros barrios, estaba llegando a la Comuna 13, y apenas subir el primer peldaño de la primera escalinata, ya supe que no era un barrio cualquiera. 


Entrando, sin miedo alguno a ser asaltado, iphone en mano, lo primero fue toparme con un amabilísimo vendedor de “cremas”, que son frutas picadas en un vaso, congeladas y vendidas como paletas. Me ofreció la más popular, la de mago verde, con limón y sal, y de inmediato me sentí en mi casa, en mi infancia, en un lugar que me recibía franco y sin presunciones. Un poco más allá, la subida a la cima de la Comuna 13 iniciaba con una escalera de 5 tramos, larguísima y eléctrica, sí, como de centro comercial de Miami, funcionando prístina y perfectamente resguardada por lo que parecían boyescauts. Expresé en voz alta lo que todo venezolano diría en ese momento: ¡No me jodas! ¿Esta vaina es real? ¡Qué bolas!, como quien ve el Salto Ángel o Machu Pichu. Y ese fue sólo el comienzo. Las escaleras están flanqueadas por casas varias llenas de flores y grafitis de artistas locales e internacionales (entre ellos @Yorch.Art quien realmente tiene talento y me pidió que lo etiquetara en instagram, vean las fotos). 


Al final de cada tramo hay un descanso temático, en uno venden churros a turistas alemanes, norteamericanos y holandeses (los de ese día, sí, está lleno de turistas del primer mundo que van a ver el barrio y quedan fascinados), en otro está “la esquina de Luis” (como la bautizamos esa mañana la actriz colombiana Maria Cecilia Sáncez y yo) en la que un tocayo, que es ingeniero industrial, prefirió dejar su práctica e instalarse a vender frutas en el “descanso de los amantes”. En el siguiente hay artesanías antioqueñas y perfumes artesanales que vende una hermosa negra de trenzas blancas a quien no atiné a preguntarle el nombre porque estaba muy ocupada con los turistas, y así hasta llegar a la cima, al mirador desde donde se puede ver la comuna entera, bella y enorme, y orgullosa, sobre todo eso. 
Allí rodábamos la escena y no podía dejar de pensar que aquello que acababa de ver (y vivir) es la definición más cercana a la dignidad, esa palabra tan superficialmente usada en redes, tan prostituida por estos días de polarizaciones tribales. 
Entre toma y toma pregunté a los “paisas” del equipo cómo había ocurrido esto, cómo la Comuna 13, de la que venden camisetas y tazas, como si de Universal Studios se tratara. había llegado a ser esto que me tenía impresionado. Ellos, “de una” como dicen aquí, me contaron que justamente esta era la zona mas peligrosa de la Medellín de los 90. Aquí no solo vivían los sicarios del narcotráfico, también la guerrilla, paramilitares y hampa común. Tenían armamento de guerra, fuego antiaéreo y bazucas. Los muertos se contaban por decenas a la semana, si aparecían, porque también habían casas de “pique” donde descuartizaban a los cadáveres de los que nunca aparecieron. Un día hasta tuvieron que intervenir la zona con los famosos “Black Hawks” americanos. ¿Y entonces?, pregunto yo, ¿en qué momento pasó esto? Y hay varias respuestas cuya veracidad no he tenido tiempo de revisar, pero la que más me impresionó y más verdadera me sonó fue la más sencilla: Un día, los habitantes de la Comuna 13, y de todo Medellín, cansados de la violencia y la ilegalidad, decidieron por la vida y por la paz. Lo demás fue una consecuencia de esa decisión. Y ahora lo que una vez fue un infierno de atrocidades inenarrables es hoy una “ciudad sostenible”, un ejemplo de ciudadanía activa, una definición imitable de dignidad. 
Eso me dio una esperanza, a mí que soy un cínico sin fe, porque sí, no es un slogan, no es un hashtag de histeria reactiva en tuíter, es real, existe y es posible. Petare, el nuestro, puede ser en una década algo similar a la Comuna 13 de Medellín. Sólo si sus habitantes, si nosotros, todos, decidimos por la vida y por la paz.
















Thursday, January 8, 2015

Mi Despertar de Primavera


En los 70 cursé la primaria en un colegio de gran nivel académico. El señor y la señora Dutton, ingleses de la vieja escuela, eran sus directores. Creo que fue en primer grado cuando a mi amiga Carolina, por lo que supongo fue una nota desafortunada en un examen rutinario, la sentaron en un taburete alto en la clase de matemáticas y le pusieron un sombrero cónico con la palabra “Dunce” (Burra). A los 7 años uno no tiene herramientas para refutar la sentencia de una figura de autoridad como el “Sir” (así nos obligaban a llamar al señor Dutton), pero un sombrero cónico con la palabra BURRA en la cabeza de mi amiga Carolina, fuera la que fuera su nota en el examen de matemáticas, sabía yo, no estaba bien. Con los años de observación entendí que la autoridad, cuando no tiene la razón de su lado, recurre siempre a la violencia en sus infinitas formas. Los Dutton practicaban sistemáticamente la humillación, la tortura psicológica y las agresiones físicas para aterrorizarnos y con eso desintegrar toda posibilidad de pensamiento crítico que pudiera poner en peligro el sistema. Si no hacías la tarea, por ejemplo, debías formarte en fila frente al resto de la clase y esperar que el “Sir” visitara el salón con el “Big Stick” (un bastón de bambú que recuerdo más alto que yo). Los condenados debían voluntariamente extender sus brazos y exponer sus nudillos al golpe seco del Big Stick, cosa que siempre venía acompañada de uno que otro llanto, algo de sangre y una frase aleccionadora que implicaba que “todo se hacía por tu bien”, y todo esto frente al resto de la clase que recibía la “lección de vida”. Pero, por favor, no son mis traumas infantiles los relevantes, que nunca he tenido yo madera de víctima. Lo escalofriante hoy, en el siglo 21 y ya lejos de ese par de monstruos, es darme cuenta de que no es mucho lo que han cambiado las cosas. El “Sir” es ahora el comité del colegio que te mira con condescendencia porque tu hijo “no se adapta”. La infernal señora Dutton es la psicóloga con cara de buena persona y notable sobrepeso que actúa a la perfección su interés por el bienestar de tu hijo. Y el Big Stick es una píldora de una potente droga psicotrópica altamente adictiva que no le deja a tu hijo los nudillos en carne viva pero sí el cerebro.
Me produce horror pensar que volver a mi hijo “promedio” es la meta de la escuela. Es indignante ver que para la autoridad sigue siendo un objetivo primordial “estandarizarnos”, etiquetarnos, diagnosticarnos, medicarnos, tenernos bajo control. Y me disculpan que me ponga en primera persona pero aquí me siento un adolescente más, y la buena psicóloga del colegio diría que tengo “problemas con la autoridad”. Pues sí, los tengo. Tengo todas las etiquetas que quieran ponerme, y como diría Morritz en la obra: “soy el defecto del mundo, soy tu error...”. Prefiero mil veces eso que ser un individuo promedio. Eso es lo que hay y es a lo que estoy entrenado a sobrevivir. De hecho, en plena crisis de la edad madura, he decidido que mis amigos, e incluso mi familia, deben ser exclusivamente eso: sobrevivientes, “dañados”, como diría Juliette Binoche en la película “Damage” de Louis Malle, “Gente peligrosa, porque sabe que puede sobrevivir”. No es lo mejor, pero es lo que hay, y no hay tiempo ni paciencia ya para evasiones edulcoradas.
Lamento profundamente que la pareja Dutton esté hoy bajo tierra. Me hubiera gustado que vieran esta obra. Dedicárselas y mirarlos hoy a la cara y, ahora sí con herramientas concretas y frente a todos ustedes, responsabilizarlos de sus prácticas criminales. Supongo que queda el consuelo de pensar que si Dios existe los tendrá en el lugar que merecen estar, lástima que sea yo un hombre de poca fe.
No digo que no haya buenos maestros, los hay y los he tenido, y son para mí referente constante. Ahora bien, la autoridad y sus prácticas criminales, los maestros de bajo coeficiente intelectual que intentan “estandarizar” a nuestros hijos, los psicólogos que irresponsablemente los diagnostican con síndromes inventados, los psiquiatras que los drogan con psicotrópicos peligrosos y la industria farmacéutica que se lucra muy bien de todo lo anterior, tienen que saber que a la corta o a la larga pero certeramente esos niños y adolescentes van a regresar como hombres y mujeres capaces a pasarles una factura que no van a tener como pagar.
Esto es DESPERTAR DE PRIMAVERA, el musical.



http://www.ticketmundo.com/Evento/mimi-lazo-presenta.-despertar-de-primavera/2549

Friday, April 11, 2014

Ovación en Bogotá para la Bette Davis de Venezuela





La obra "Todo sobre Bette" fue interpretada por Luis Fernández en la XIV Edición del Festival Iberoamericano de Bogotá

Laura Peralta

Reapareció la gran diva del cine Bette Davis, y en grande. Lo hizo en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá 2014 en la piel del actor venezolano Luis Fernández, quien además dirigió la obra “Todo sobre Bette”, a cargo de la compañía Mimí Lazo Producciones.

La intensa vida de la actriz fue recorrida con las desgarradoras interpretaciones de Fernández, logrando despertar grandes emociones en el público bogotano que se dio cita en el Teatro Alzate Avendaño.


 Luis Fernández recibe ovación de pie por su interpretación de Bette Davis en Bogotá.

Noventa minutos no fueron suficientes en la vida de Davis para construir su fascinante historia y romper paradigmas, pero sí lo fueron para Fernández explorar –lejos de la imitación clásica de un travesti– los triunfos profesionales de la actriz y sus fracasos personales, involucrando al espectador en un diálogo hilarante y a la vez incómodo, con el tono despiadado y malvado que caracterizaba a la diva del cine, pero mostrando siempre su humanidad, su avidez por ser amada y su búsqueda constante de la elusiva perfección.

El actor venezolano interpretó con maestría a una mujer que hizo de sí misma un personaje temible, sin escrúpulos, pero al mismo tiempo atractivo, y la cual también supo reírse de sí misma hasta convertirse en una de las actrices más valoradas de Hollywood.




Es la 4ta edición consecutiva en la que Mimi Lazo Producciones logra colocar su espectáculo entre
las 8 obras imprescindibles y de las más aclamadas del FITBogotá

“Todo sobre Bette” se ganó una gran ovación del público. La obra demostró, además, la impecable producción de la venezolana Mimí Lazo, cuyo trabajo por cuarta vez consecutiva se convierte en uno de los más aclamados en el Festival Iberoamericano de Bogotá.

La pieza teatral “Todo Sobre Bette” pretende seguir cautivando a otros públicos. Incluso, ya está confirmada su participación en el Festival Internacional de Teatro de Santo Domingo 2014, a realizarse del 17 al 27 de julio. 

Saturday, April 5, 2014

Luis Fernández protagoniza la película "TAMARA"


Paula Ortíz | ÚN.- Mientras Luis Fernández caminaba en tacones y con ropa femenina por el Abasto Bicentenario, la gente lo miraba desconcertada. Ese día, el automercado se convirtió en el set de grabación de Tamara (título provisional), la nueva película de la cineasta Elia Schneider (Huelepega, 2000; Punto y raya, 2004), inspirada en la vida de Tamara Adrián, abogada y activista por los derechos Glbt y transgénero venezolana.

¿Cuál ha sido el mayor reto actoral a la hora de interpretar a Tamara?
Conozco a Tamara hace mucho tiempo y la admiro mucho. No es fácil interpretar a una persona que existe, pero cuando además la conoces y es amiga tuya, es mucho peor. De todas formas, hemos creado una ficción basada en su historia, no la estoy imitando. Estoy creando mi propia mujer transexual.

Luis Fernandez en varias escenas de la película "Tamara" hace lo que pocos actores se atreven a hacer frente a una cámara.


La película está rodada en un estilo "documental" que requiere que los actores estén expuestos de la manera más real posible. La directora Elia Schneider, que se caracteriza por exigir "realidad" al máximo en las interpretaciones y situaciones que filma, tiene en sus manos sin duda la más controversial, y probablemente la mejor de sus películas.


¿Qué dijo ella cuando supo que tú la interpretarías?
Tamara es muy reservada y yo creo que le gusta la idea. En todo caso, tendrías que preguntarle a ella qué piensa de mí como actor (risas). Fuimos a comer varias veces, también con Prakriti (Maduro), que interpreta a su esposa, y nos contaron un poco la historia de esta transformación tan compleja a tantos niveles.

¿Crees que la película causará polémica por tratarse del cambio de género?
Creo que estamos preparados. ¿Hasta cuándo vamos a seguir aferrados a unos valores tradicionales de 1953, que son los de nuestros padres y abuelos? Esos valores hay que revisarlos porque son los principales enemigos de la evolución. Tenemos que crear nuevos valores que estén basados en el respeto, la dignidad, el trabajo, la honestidad, la ética. Eso no tiene nada que ver con la identidad sexual, con la orientación sexual de nadie. 


Leer más en: http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/chevere/espectaculos/luis-fernandez-sera-tamara-adrian-en-una-pelicula.aspx#ixzz2y1RrruxG

Tuesday, March 11, 2014

A very naughty CHICAGO reaches for the gun in Caracas


Latin America | Theater
A very naughty CHICAGO reaches for the gun in Caracas
By Jack Trenton

The Venezuelan production of Chicago, the musical, a daring and original approach to Fosse’s classic by actor-director Luis Fernandez, is as naughty and politically incorrect as it gets, bringing this musical icon to a new, and very “Latin”, life.
A solid, and gorgeous, cast led by a Marilyn-like Velma (Nathalia Martinez), a saucy Roxie (Judy Buendía) and a hunky Billy (Fernandez), seduces audiences that respond in standing ovations at the Rios Reyna Hall of the Teresa Carreno Theater in Caracas.
A city plagued by gun violence seems the perfect setting for this play about criminals turned celebrities by a corrupted society obsessed with blood, sex and violence. Pages torn off the gritty reality of this South American city, would seem.
An impressive set turns to reveal one of the orchestras of the famous Venezuelan “System” composed by 25 exciting young musicians that make Broadway’s band seem old and boring.
The very naughty Venezuelan Razzle-Dazzle led by actor-director Luis Fernandez as Billy Flynn

The play is fast and furious, like the country itself, and never stops to take a breath. It can be overwhelming to some viewers used to the pace of traditional musicals, but not to the Venezuelan crowd, trained by oversexed shows and frantic political drama on a daily basis.
It could be better technically speaking, but for us, used to be bored to death by technically superb productions with no life, the chaos, naked ladies and naughty one-liners of this production, turn the Venezuelan Chicago into a breath of life very much appreciated.
A fabulous, clever and witty discovery in the midst of a nation bounded to keep calling the attention of the planet, for good or bad. A country that resembles Roxie Hart more than it probably would like to.

Thursday, January 3, 2013

Lo que yo creo


Hace unos meses te invité a que redactaras tu propio credo personal, no para que nadie lo rece en público ni porque nuestras creencias sean realmente importantes para otros, sino como simple ejercicio terapéutico para conocerse mejor uno mismo. Qué mejor que empezar el 2013 actualizando lo que creemos para que el año no nos agarre fuera de base. Aquí voy yo...
Yo creo que nuestra especie no es una a la que nos tengamos que sentir particularmente orgullosos de pertenecer, de hecho, creo que si pudiéramos observar el planeta desde afuera, la especie humana nos parecería un cáncer. Creo que si esta evidencia incuestionable te ofende, vives en cómoda negación, y que eso no es ni malo ni bueno, pero tampoco conduce a ninguna parte. 
Creo que si el Diablo existe, tiene cara de buena persona y anda por ahí repartiendo bendiciones y nombrando a Dios cada dos minutos.
Creo que los que mandan luz y amor a toda hora bastante inmersos en la oscuridad, creo que la autoayuda exprés y los rezos frívolos no ayuda nadita de nada, y que los milagros se vinculan más al trabajo y a la acción concreta que a una esperaza pasiva.
Creo que hablamos más de lo que hacemos porque lo que podemos hacer es siempre poco.
Creo que existen las buenas personas, pero creo que son la excepción de la regla. Creo que los buenos no andan publicitando sus buenas acciones, sino ejerciendo comprometidos su vocación, que no es poco, aunque pocos sean ellos.
Creo que tendríamos que estudiar menos de niños y estudiar más de grandes, y que las tareas para la casa sólo sirven para sabotearnos el tiempo de calidad con nuestros hijos.
Creo que en lugar de obligarnos a memorizar las inservibles tablas de multiplicar en el colegio, deberíamos aprendernos los 30 derechos humanos, para por lo menos tener claro cuándo nos los están violando.
Creo que los niños, sobre todo los que “sufren” de déficit de atención, vienen perfectos y sin problemas, y creo que los problemas los tenemos nosotros y la patética educación tradicional que no tiene idea de cómo educar ciudadanos y formar pensamiento crítico.
Creo que John Lennon y Madonna son mejores y más eficaces líderes espirituales que la mayoría de los jefes religiosos. Y creo fervientemente que con la misma vara que miden éstos desde sus púlpitos, van a ser medidos ellos tarde o temprano.
Creo que preferimos ir por la vida con misterio para no tener que enfrentar las respuestas incómodas.
Y creo, sobre todo, que la vida debería ser como es la vida luego de un par de vodkas.
Creo que nada de esto que creo hoy va a ser lo mismo mañana, y creo que eso es justamente lo mejor de todo mi credo.
¿En qué crees tú?

Wednesday, October 17, 2012

Gente de etiqueta


Uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, el gran Deepak Chopra, comenta que los seres humanos respondemos al estímulo exterior de acuerdo a varios niveles de conciencia. El más primitivo, el nivel de respuesta del hombre de Neandertal, es el del “ataque y huída”. Etiquetar al otro para saber si pertenece a nuestra tribu o si es de la tribu contraria, es de lo más bajo que podemos hacer como especie, y sin embargo, si miramos alrededor, es lo que hacemos a diario.
La polarización que vivimos es la materialización contemporánea de la clase de respuesta del hombre tribal, y pareciera que para vivir en el mundo hoy de manera “aceptable” debemos “tomar bandos” y practicar, como nuestros antepasados prehistóricos, el peligroso juego de la etiqueta superficial, catalogar así a nuestros semejantes como propios o enemigos y bajo esta premisa aceptarlos o atacarlos.
El juego de la etiqueta consiste pues en suponer. Especular si el vecino nos odia, si la compañera de trabajo nos envidia, si la amiga oculta un plan, si aquella actriz es drogadicta, si éste otro es gay. Suponer y especular. Necesitamos además, para sostener la etiqueta, crearnos una teoría de conspiración y sustentarla en el tiempo con cualquier artilugio que la valide y la vuelva una verdad en la tribu entera, y para ello nada mejor que el rumor y el chisme.
Pero no podemos jugar el juego a estas alturas del partido sin tener claro algo importante: suponer cosas (y afirmarlas) sin tener evidencias, si bien nos hace la vida de lo más entretenida y hasta puede que nos provoque la ilusión de tener un propósito y ser “activistas” del bien, realmente nos acerca peligrosamente a la estupidez, al dogmatismo y a la ignorancia.
El juego de la etiqueta superficial que practicamos perniciosamente a diario en nuestra sociedad es el mismo juego que terminó por colocarle la estrella de David en la solapa a los judíos en la Segunda Guerra; es el juego responsable de que “parametraran” a los homosexuales en la Cuba revolucionaria, o el que colocó a cientos de brillantes intelectuales norteamericanos en la lista negra durante el macartismo. Es el mismo juego que condujo a brujas y herejes a la hoguera. Es, hay que saberlo y recordarlo, un juego perverso que siempre termina mal.
Entiendo que nosotros los humanos no nos caracterizamos por ser particularmente buenos ni estamos inclinados a la evolución, pues es evidente que salvo por la tecnología y la moda, poco es lo que hemos avanzado. Pero no podemos olvidarnos de nuestra propia historia para no seguir cometiendo los mismos errores inconscientemente.
Recordar que el jueguito de la etiqueta nos ha conducido al crimen, la guerra y el genocidio, no cae nada mal. Sobre todo, es bueno traerlo a colación con frecuencia por estos días, no digo que para que usted deje de etiquetar, pero para que por lo menos lo haga con la conciencia de lo que su participación en el juego va a producir (y producirle) en breve.
Yo le propongo cambiar de juego. La invito a que antes de juzgar al otro suponiendo, se mire usted de cerca al espejo (que mire que evidencias sobre “su caso” le sobran) y se etiquete con conocimiento de causa.
Y si le provoca salir a cazar brujas, sepa que a la corta o a la larga (y hay sobradas evidencias de esto) va a terminar usted también en la hoguera.

Wednesday, August 8, 2012

¡Analízate tú!


La moda de enviar a nuestros hijos a evaluaciones con psicólogas, debo confesarlo, me irrita sobremanera. No tengo nada en contra de estas muchachas tan dedicadas que han estudiado la carrera y ejercen su oficio enarbolando la bandera del “bienestar” de nuestros hijos, pero confieso que todo este proceso, sobre todo cuando culmina en una receta de Ritalín para drogar a los pequeños, me parece terrible y a veces hasta criminal.
Comprendo que cualquier psicólogo diagnostique que tengo “problemas” y que mi hostilidad refleja una serie de traumas, y es bastante probable que tengan razón, pues nunca he desestimado yo mis disfunciones particulares ya que las considero un excelente motor de mis acciones más creativas y exitosas. Pero diferencias aparte, vale la pena saltarnos la tendencia y analizar realmente los procesos a los que sometemos a nuestros hijos con el fin de “ayudarlos”.
Si bien entiendo que deben usarse evaluaciones estándar para elaborar estadísticas y promedios que permitan catalogar el progreso académico de los estudiantes, no hay nada que desee yo menos para mi hijo que volverlo un alumno promedio. A mi esposa y a mí, si algo nos caracteriza, es que utilizamos la estadística para romperla cada vez que podemos y nos enorgullece particularmente no ser individuos estándar. A Mimi, por ejemplo, que repitió tres veces cuarto grado, la hubieran diagnosticado a los 9 con Déficit de Atención con Hiperactividad y la hubieran medicado sin duda. Eso la hubiera convertido en una funcionaria promedio, pero por fortuna no estaba de moda el Ritalín entonces y pudo convertirse en la mujer que marca pautas y rompe paradigmas y muestra un camino al resto de la mujeres del país. Yo en cambio, me gradué con honores de arquitecto y nunca me sirvió eso para otra cosa que sentir a los 40 que desperdicié valiosísimos años de mi vida intentando alcanzar una estúpida e inocua excelencia académica.
Vivimos en un mundo que etiqueta y clasifica conductas y discrimina todo aquello que no se ajusta a la norma o a lo conocido, pero una vez que se acostumbra uno a ser el blanco de la crítica o el protagonista del qué dirán, podemos ver con claridad que la felicidad, la realización, el éxito a gran escala y el ejercicio asertivo del liderazgo no es característica del hombre promedio. Ser feliz no es normal, como tampoco lo es sentirse realizado o ejercer plenamente nuestra vocación. Esto no es lo que hace la mayoría. De manera que la invito a no sentirse angustiada cada vez que la llamen del colegio de su hijo y le digan que el pequeño no está dentro del promedio de la clase. Mientras el comité de profesionales encargadas de la “estandarización” de su muchacho le recomiende tratamientos y terapias o una píldora que drogue al niño para no tener ellas que hacer su trabajo, le recomiendo que piense que lo que le dicen con cara de preocupación es un gran cumplido. Si su hijo no está dentro del promedio, créame que estadísticamente (para hablar el mismo idioma que ellas) el niño tiene muchas, pero muchas más probabilidades de ser feliz que el resto de sus compañeritos. Tal vez no resulte sencillo salvar las diferencias, pero será esa dificultad justamente la que lo impulse a él, y a los seguidores que sin duda tendrá en el futuro (y que probablemente incluyan a muchos de sus compañeros de clase), por el sendero menos transitado, el de la verdadera autorealización.
Y a las estimadas psicólogas infantiles y psicopedagogas, que de tan de moda que están no se dan abasto, mi recomendación especial: pónganse serias y comiencen por analizarse ustedes.


Monday, July 2, 2012

Primero muerta que sencilla


“Un pueblo sencillo y cristiano”, así nos definió Osmel a los venezolanos, alegando que no estamos preparados para ver a una mujer transexual competir por la corona de la belleza nacional. Y yo debo reconocer que respiré profundo para no reaccionar.
La gente sabe muy poco sobre la transexualidad, incluido Osmel, pero todos tienen una opinión al respecto. Eso es común. Pero independientemente de lo que cada quien sepa y piense sobre el tema, fue la definición de Osmel lo que me sacudió.
“Primero muerta que sencilla”, imaginé entonces que le respondería cualquiera de los muy poco cristianos maquilladores del Miss Venezuela a Osmel. Porque en esto, como en casi todo, el doble mensaje es la norma.
No suelo gastar mi tiempo y neuronas analizando concursos de belleza, pues en lo personal prefiero otros ejercicios de frivolidad menos perniciosos, pero me parece que la coyuntura lo amerita. 
Veamos. La vanidad es el pecado por el que el diablo existe, así que tendríamos que comenzar aceptando que el culto nacional por el magno evento de la belleza es en esencia diabólico.
Una vez aclarado este punto, preguntémonos ¿qué se hace en estos concursos? Tomemos, pues, a una caballota veinteañera, coloquémosle una melena postiza, operemos tetas, cejas, culo, nariz, enseñémosle ademanes afectados, es decir, convirtámosla en algo muy parecido a un transfor de la Libertador. Todo esto bajo normativas dictadas por homosexuales homofóbicos que encima discriminan la transexualidad. La cosa es como el colmo de la hipocresía, el doble discurso insertado en un doble discurso y salpicado de lentejuelas para distraer. Todo muy posmoderno, muy venezolano (porque eso sí nos define).
Pero eso no es lo grave, lo realmente peligroso es que sea relevante.
Me pregunté entonces ¿qué tiene de extraordinario? En este marco de valores se vale “ser” a través de rinoplastias y mamoplastias, ¿por qué no vaginoplastias también?
No podemos permitir, por Cristo (a quien cito con toda la mala intención), que nuestra percepción del mundo la dicte un concurso de belleza. El producto de esta empresa manufacturera, es decir, la Miss Venezuela del año, no es en modo alguno representante de la mujer nacional. La venezolana promedio no mide un metro setenta y nueve, no bate melena postiza mientras trabaja y no “da lo mejor de sí” desfilando en traje de baño, así que de acuerdo a estos parámetros de belleza tampoco es la mujer más bella del mundo, dejemos de celebrar la dañina y superficial etiqueta que queda tan pequeña.
La venezolana es madre, profesional, cabeza de familia y motor de un país. Por favor, pongámonos serios y empecemos a valorarla por lo que hace en la vida y no por cómo luce. Hagámosle ese favor a nuestras hijas.
Y en cuanto a Osmel, siempre he admirado sus capacidades como trabajador y empresario exitoso, pero alguien debería decirle que su ejercicio profesional se acerca más al diablo que a Cristo, y que esa sociedad “sencilla y cristiana” a la que se refiere, tampoco lo acepta a él. 

Sunday, May 20, 2012

HIGH [Galería sin censura]

HIGH
una obra de Matthew Lombardo
una producción de Mimi Lazo
dirección Luis Fernández
con
Carlota Sosa [la Hermana Helena]
Christian McGaffney [Andy Randall]
Luis Fernández [el Padre Miguel]

[Fptos: Roland Streuli]






















Diseño de iluminación: José Jiménez
Diseño de escenografía: Luis Fernández