Thursday, January 13, 2011

La píldora del día siguiente



En un artículo de El País de España, Juan José Millás comenta que los alquimistas no buscaban realmente la sustancia que transformara todo en oro, sino que convirtiera las cosas en lo que verdaderamente son.
La ingeniosa frase quedó en mi mente dando vueltas un buen rato. Comencé entonces a imaginar el resultado que tendría una pildorita que nos trasformara en nosotros mismos, que nos quitara ese tonto pánico al qué dirán, a la desaprobación de terceros, que nos diera el valor de salir de los millones de closets que habitamos a lo largo de nuestras vidas y nos permitiera ser, en todo el sentido de la palabra, ése que realmente somos.
En un país como España, en el que todos están adictos al nefasto “cotilleo”, o en uno como el nuestro, en el que nos volvemos adictos a la confrontación política, a la información, a la telenovela de moda o a cualquier cosa que nos permita evadirnos de la vida que vivimos y no queremos mirar, el consumo de tan delicado medicamento tendría que venir precedido necesariamente por una receta médica, y ésta a su vez por una consulta. Un médico al que acudamos, por ejemplo, agotados por tener que ocultar (y ocultarnos) que no hemos ni remotamente cumplido con lo que de nosotros esperaron nuestros padres, estresados ante la necesidad de disimular que ninguno de nuestros sueños está por cumplirse, deprimidos ante el esfuerzo que supone negarnos que nuestras relaciones han fracasado aparatosamente, cansados a morir de tener que fingir que somos felices, que todo está bien.
Ante el exótico arranque de sinceridad, el médico (pónganle ustedes la especialidad) tendría entonces ante sí la extraordinaria ocasión de recetarnos la milagrosa pastillita, que al igual que una súbita erección, nos daría el impulso necesario para, digamos, acudir a la oficina sin maquillaje. Nos daría la fuerza para decirle a nuestros jefes lo que pensamos de ellos sin temer las consecuencias. Nos entregaría la libertad de confrontar a esos que dicen ser nuestros amigos con el hecho de que sus acciones indican lo contrario. Nos armaría de valor para confesarle a nuestra pareja que es cierto, no es ella, somos nosotros los que hemos vivido engañándonos y que queremos un rumbo distinto para nuestras vidas. Nos regalaría la licencia para ser hipersexuales, homosexuales, célibes o monógamos por decisión propia. Podríamos por fin ir a una playa nudista, mostrar orgullosos nuestro pipí chiquito, nuestras teticas caídas, decir lo que siempre hemos creído y nunca nos habíamos atrevido a confesar, en resumidas cuentas, nos otorgaría el privilegio utópico de ser, en efecto, tal y como realmente somos, y, vaya maravilla, sin que nos importe un carajo lo que piensen los demás.
Pero como todo fármaco que ofrece soluciones instantáneas como ésta, tendría la píldora un peligroso efecto secundario.
Una vez calmada la excitación del efecto inicial, es bastante probable que lleguemos a casa, contentos, no voy a decir que no, después de todo eso de ser uno mismo tiene que ser liberador y placentero, pero algo cansados tal vez de esta primera explosión de autenticidad. Al cabo de algunas horas, ya más reposados, recobrado el aliento y la conciencia de que a partir de ahora no sólo debemos retomar nuestra vida normal, sino que debemos hacerlo además asumiendo las consecuencias de todo lo que acabamos de hacer, que no será poco, nos detendremos por un instante a pensar en la siguiente fase de este arduo proceso de transformación en uno mismo.
A lo mejor, con la euforia, no lo habíamos considerado, pero en toda metamorfosis de esta naturaleza, aun cuando esté propiciada por una pastillita milagrosa, se requiere una gran dosis de autodeterminación.
No se asuste, se trata de algo que no le quedará más opción que sobrevivir y que probablemente su médico le recete paso a paso en la próxima consulta: Póngase de pie, tome una respiración profunda y mírese en un espejo. Ése que ve, aunque no lo crea y aunque no le guste, es quien usted es en realidad.
Si le resulta la verdad demasiado difícil de soportar, deberá su médico recetarle una nueva píldora que le devuelva la capacidad que tenía usted antes para vivir en negación.

4 comments:

  1. Uff fascinada con todo lo que dices que mejor que tu! besos infinitos

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  2. sin comentarios validos, porque desgraciadamente nuestras capacidades en verdad son asi de reducidas, solo somos autenticos en nuestra mente porque fisicamente asumimos ser pura pantalla.

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  3. Si lo ves desde George Mead (Mind, Self & Society) el "Otro generalizado" termina siendo una compilación, de como tú dices, zoquetadas sociales que lo que hacen es coartarnos el verdadero "yo" y que terminamos cuestionándonos, comúnmente, cuando ya es demasiado tarde..

    Lo cierto es que, si van a darnos la pastillita roja (será arbitrario el color?) muchos vamos a necesitar que ya esté en el mercado la azul!! O al menos que nos vendan (bien caras seguro) las dosis necesarias de autodeterminación para poder vivir con nosotros mismos!

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