Thursday, April 28, 2011

Lugares Histéricos


Pasando canales en la televisión norteamericana, me crucé con un concierto de un pequeño llamado Justin Bieber. Al parecer, yo era el único que no sabía de la existencia del niño, muy lindo y talentoso, que cantaba ante miles de fanáticas. Pero no era su talento o belleza prepúber lo que llamó mi atención. En primera fila, un grupo de niñas de 8 o 9 años gritaban y lloraban desesperadas. Se lanzaban unas contra otras y saltaban en un ataque que sin duda terminaría por dejarlas adoloridas, por decir lo menos. Aquella histeria me parecía desproporcionada, considerando que el causante de aquello era apenas un niñato afinado. Pero lo que me resultaba sorprendente, lo que me hizo quedarme en el canal y perseguir el desenlace de los estertores de las niñas fue lo precoz de aquellos arranques. Eran unas nenas de apenas la edad de mi hijo varón, enfrascado serenamente en aquel preciso momento en un infantil e inocente juego de Spiderman.
En la época de Hipócrates, descubrí investigando sobre la histeria, se creía que el útero era un órgano móvil que deambulaba por el cuerpo de la mujer y creaba enfermedades cuando llegaba al pecho. Etimológicamente, histeria viene de una enfermedad del útero que los griegos ampliaron adjetivándola útero ardiente.
Es decir, la histeria, desde su nacimiento, fue asociada a la mujer. Hoy en día sabemos que no es un padecimiento exclusivo de ustedes, pero sin duda son las mujeres las que conforman la gran mayoría de los histéricos del mundo. Algo tendrá entonces que ver la histeria con el género, porque nunca he visto a un varón de 9, de 14, de 22 llorar histérico, tirarse de la ropa y darse golpes en un concierto de Hanna Montana, pensé. Pero para ser del todo justos, si pude apreciar a tres o cuatro caballeros gritando y llorando en primera fila en el concierto de Madonna. Asumo que un toque femenino los impulsaba, tal vez lo hacían principalmente porque querían ser ella y aquello los ponía histéricos sin necesidad de tener un útero ardiente.
Atando cabos, y sin ánimo de recurrir a conceptos del psicoanálisis, que ni me gusta ni me interesa mucho, la verdad, es lógico asociar el “lugar histérico” al tema sexual. A un deseo imposible de gratificación erótica. A un deseo imposible en general, tal vez. Se me ocurrió entonces que cualquiera de nosotros que desee algo, sexual o no, que parezca en un momento imposible de alcanzar podría, ante el obstáculo insalvable, con la sensación de parálisis frente a lo imposible, desarrollar el tono histérico, volver su incapacidad contra otros, buscar culpables, en fin, gritar enardecidos, llorar, mentar madres en el tráfico, maldecir al gobierno o a la pareja que nos hace infelices. Y fue entonces que entendí que el mundo, el de hoy, el nuestro, está habitado por histéricos esenciales.
Si somos honestos, bastaría con vernos en tercera persona con algo de objetividad para darnos cuenta de que muchas de nuestras reacciones del día son irracionales, producto más de nuestras frustraciones y de la sensación de estar atrapados que de la acción hacia la meta. Muchas de nuestras conductas del día son tan insólitas, tan poco útiles y autodestructivas como las de las niñas del concierto.
Entonces, volviendo a las definiciones, no pude evitar preguntarme: ¿Estamos tan insatisfechos? ¿Somos tan infelices? ¿Nos sentimos tan atrapados? ¿Estamos, pues, tan paralizados que no queda otra que reaccionar desde la más flagrante irracionalidad?
Otro dato curioso, y aterrador, es que la histeria era considerada una pandemia, es decir, ninguno de nosotros escapa, la vaina se pega. Y eso, por favor, no hace falta desarrollarlo, basta con echar un vistacito alrededor.
Pero ¿cómo ponerle un parao?
En 1890, durante una “epidemia de histeria”, los médicos encontraron un paliativo interesante: vibradores y consoladores. Las mujeres hacían cola en los consultorios para recibir el tratamiento y salían relajaditas y sin histerias de las sesiones. Pero hoy en día sería muy poco educado y algo machista sugerirle a una mujer histérica que use un consolador, aunque pudiéramos explicarle que nos estamos remitiendo a una antigua médica. ¿Y qué les sugerimos a los hombres histéricos que andan twiteando mensajes de odio y llamando “maricos” al primero que les lleve la contraria? A lo mejor lo mismo.
El caso es que la histeria, lejos de haberse erradicado desde las pandemias de la época victoriana, están en pleno apogeo y sin solución aparente. El mundo sigue regido por la irracionalidad y la frustración del ciudadano promedio es la norma social más respetada.
Por un lado, creo oportuno en primera instancia que todo el que sienta el arranque de histeria, mujer u hombre, revise con honestidad si un vibrador último modelo puede resolverle el problema. Pero por otro, la cosa, me temo, no es tan sencilla de solucionar. Podría uno enrumbarse en resolver sus frustraciones particulares, pero eso es algo tan poco probable en este mundo de histéricos, sí, pero de cobardes también, que tendríamos que buscar otra medida.
Afortunadamente el mundo moderno nos ofrece la oportunidad de drogarnos con algo, no sólo con algo ilegal, no me tome a mal, es muy sencillo, podría usted, de lo más elevada, ir a un psiquiatra para que le recetara una droga de esas que le anula la histeria (y con ella todo lo demás), eso funciona para millones (y es ideal para la industria farmacéutica, si no mire ud. como se multiplican las cadenas de farmacias en Caracas). Podríamos también drogarnos con información, con confrontación inútil o con libros de autoayuda. Eso también es lucrativo y provoca la ilusión de resolvernos algo.
Pero ¿qué hacemos con las niñas de 9 años del concierto de Justin Bieber? A diferencia de lo que piensen algunos “especialistas” no podemos drogarlas. Sumirlas en la información no será efectivo, tampoco podemos incitarlas a la clásica confrontación tribal en la que están inmersos los adultos, y a esas alturas un libro de autoayuda no les resultará interesante.
Yo no puedo evitar verlas como mis hijas. ¿Las hemos lanzado prematuramente a la sexualidad? Peor aún, ¿las hemos arrojado precozmente a ese universo tan nuestro de la insatisfacción crónica y la frustración?
Las preguntas me rondan, me molestan, me quitan el sueño.

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