Friday, March 11, 2011

Católicos Anónimos


Una historia inspirada en hechos reales

"Si el eclesiástico, además del pecado de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado de contra natura, deberá pagar 219 libras, 15 sueldos. Mas si sólo hubiese cometido pecado con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras".
Canon segundo de la Taxa Camarae, promulgada por el Papa León X.


En estos tiempos decadentes, es normal escuchar decir a alguien que en toda familia hay un marico. Antes, cuando las cosas eran “mejores”, la gente comentaba que en toda familia había un cura. Es el caso de Jesús Segovia. Chucho, como le decían entonces, entró al seminario a finales de los sesenta. Estaba siempre bien vestido y le gustaba Sinatra, pero abandonó los placeres mundanos para dedicarse a la religión. Allí pasó años felices junto a Sergio y González que como él eran hombres de fe y gustos exquisitos. Rezaban juntos, comían juntos, se bañaban y dormían juntos en aquella casita, que habían decorado primorosamente a lo Martha Stewart, donde funcionaba el seminario. ¡Qué tiempos aquellos!, solía recordar el padre Segovia años después de que los enviaran convenientemente a parroquias distantes. Cómo añoraba las charlas, los rituales (que siempre fue el padre Segovia apegado a las tradiciones más antiguas de la iglesia), los rezos en lenguas muertas y los besos en lenguas vivas, los hombros del padre Sergio, tan deportista, las manos del padre González, enormes y de Barlovento. Eran esas añoranzas las que hacían que el padre Segovia se enajenara de la realidad mientras daba el catecismo y adquiriera ese aire Agnes-de-Dios, melancólico y de santidad, que tanta confianza inspiraba. Con el tiempo, y dados su talento y vocación de servicio, el padre Segovia fue nombrado subdirector del colegio. Su agenda se fue llenando gradualmente de un sinfín de actividades con los muchachos. Sus técnicas de enseñanza eran admiradas por colegas y representantes pues quedaba claro que, en efecto, había nacido para esto. Las madres más abnegadas se disputaban el cupo de sus hijos en la sección de Segovia y prácticamente todos fueron iniciados por su catecismo tradicional. Rezaban el padrenuestro en latín y oraban por un mundo libre de pecado, de herejías como el feminismo y la homosexualidad y esos virus horrendos que diezman la fe de las masas y nos condenan al infierno. Planeaba también excitantes excursiones a sitios recónditos, donde podían estar en contacto con la naturaleza, bañarse desnudos en el río y cantar alabanzas al Señor. Organizaba interesantes debates sobre la Santísima Trinidad y el sentido cristiano de la abstinencia, y para captar la atención de los adolescentes llevaba hábilmente la discusión a los lugares menos convencionales, por ejemplo, a las duchas luego de un partido de fútbol; allí explicaba a la importancia de controlar el desorden hormonal y la inclinación diabólica al pecado carnal con tanto detalle que ocasionalmente debían interrumpir la disertación por la erección extemporánea de alguno de los más impetuosos. Y, claro, estaba la enseñanza del catecismo que se negó a abandonar por considerar que era esa la raíz de todo. Y es que era cierto, allí, mientras catequizaba inocentes, podía el padre Segovia cumplir con su verdadera misión de vida: señalar ateos y pecadores con el mismo dedo que terminaba en la entrepierna de sus niños. Hubo denuncias, claro. Por los años ochenta varios de los muchachos de Segovia contaron cosas de su dedo impertinente, de la forma como les susurraba al oído, de su hábito de apretarlos contra sí sosteniéndolos del costillar. Hablaron de cómo se los sentaba en las piernas, y hasta llegaron a describir su miembro, santo, enorme y cubierto de lunares. Pero lo hicieron en el confesionario, justo antes de comulgar por primera vez, y es por todos sabido el respeto de nuestros sacerdotes al secreto de confesión. A todos les pusieron penitencias y los conminaron a irse a casa en silencio y a no pecar más.
El querido padre Segovia murió el año pasado. Cuentan las malas lenguas que el capitán del equipo de fútbol del colegio amenazó con denunciarlo y el estrés le provocó un infarto. Lo cierto es que allí “yace un hombre santo”, como reza su epitafio. Aunque sobre su cuerpo corrompido, además de la loza y la tierra, están el millón de dedos de sus víctimas que del mismo modo lo señalan.



“El 23 de febrero de 2004, el Padre Geoghan, que cumplía condena por el abuso sexual de un menor, fue estrangulado por uno de sus compañeros de celda. El ex sacerdote de la arquidiócesis de Boston, de 68 años, esperaba juicios civiles por el abuso sexual de al menos 147 menores durante los años que ejerció el sacerdocio.
La arquidiócesis de Boston, que conocía de las inclinaciones predatorias de Geoghan y que durante años sólo lo mudó de parroquia para mitigar potenciales escándalos, pagó en septiembre de 2003 diez millones de dólares a más de ochenta de las víctimas de Geoghan.”
The Boston Globe

4 comments:

  1. Hola Luis! qué bueno que tocas el tema! Me permito agregar que lamentablemente a estas alturas también existen familias que usan ese mismo DEDO, pero sólo para. advertir al abusado: " No se lo digas a nadie" o "ay de ti Cafarnaún" del que toque el tema en público. porque te destrozan.
    ¿Y qué del caso del marico de la casa que se vale de que fue abusado para llevar una vida paralela sin respetar el espacio de los demás? Tela pa´cortar!!!!

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  2. ey luis feliz cumplea;os!! uun poco atrasado :( que sigas cosechando exitos y las mejores vibras para ti.

    por cierto que bello el NO VENGAS TU que te dedico sindy,que bello eres

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  3. Un tema que vuelve loco a más de un falso puritano y a uno que otro autodenominado macho que siente ciertas ganas de curiosear, pero que su concepto influenciado y copiado de género varón no lo deja vivir la experiencia que tanto anhela.
    Acusaciones van y vienen, se desvelan nuevas investigaciones, casos de víctimas de diferentes en edades y lo peor es que la cantidad de los llamados "hombres de dios" van incrementando la lista de perpetradores sexuales que debieron reprimirse por una falsa moral de época. Cada caso, da pena, vergüenza y dolor, eso es lo que tiene la realidad de la vida, sobre todo cuando se vive para callar lo que detrás de cada puerta del vecindario se vive.
    Gracias por el artículo Luis.

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