Thursday, June 2, 2011

Esposo Transnacional

Una historia de la vida real



Justo cuando ya estaban por convencerme, cuando estaba a punto de creer que es cierto, que no sucede en todas partes, que no es algo cromosómico, que las cosas están cambiando y que las nuevas generaciones de mujeres no se calan esas cosas, me vino a la mente el recuerdo de un episodio real, vivido por mí y que contradice toda evolución de la mujer contemporánea en ese sentido.
Corría el año 98 y vivía por ese tiempo en Los Angeles. Mi vecina, Mrs. Brown, era una mujer muy joven y bella, siempre muy puesta, casada con Mr. Brown, un prominente representante de una transnacional, digna exponente del desarrollo americano y madre de dos. Una mañana, Mrs. Brown llamó a mi puerta, la cara lavada, el cabello desarreglado, los ojos un tanto brotados de sus órbitas por la desesperación. Me dijo en su inglés de Boston, Sé que es suramericano y necesito su ayuda, mi esposo está en Brasil, se suponía que volvía hoy y no sé nada de él; intento llamarlo pero no me logro entender con la persona que contesta el teléfono en Brasil. Yo intenté inútilmente explicarle que en Brasil no hablan español sino portugués, pero eso no calmaba su ansiedad, de modo que le ofrecí mi precario apoyo para traducir lo que me dijeran de él. Ella me condujo a su casa, marcó rápidamente un número que tenía subrayado en una factura de teléfono y me entregó el auricular. Ese detalle me pareció sospechoso, ¿por qué el número del lugar donde se hallaba su esposo no estaba, digamos, en su agenda o en una nota pegada en la nevera, sino en una factura telefónica vieja que ella había escrutado y subrayado con tinta fluorescente? Sin embargo, no le di mayor importancia. Del otro lado de la línea escuché entonces la voz de una brasilera. Le pregunté en portuñol si conocía Mr. Brown, que me habían dicho que ese número era el de su residencia durante su estadía en Brasil y que lo estaban buscando con premura. La mujer me dijo que por supuesto conocía a Mr. Brown y, con un tono desesperado que combinaba a la perfección con el rostro expectante de Mrs. Brown me preguntó, ¿Quem é quem fala por favor?, ¿quem solicita a meu maridho?
Yo me quedé de piedra un instante. Allí, entre dos hemisferios opuestos del continente, dos mujeres esperaban que yo les diera una respuesta que calmara la angustia causada por un imbécil transnacional. Yo, que no tenía más que ver con el asunto que la circunstancia fortuita de ser, al igual que el imbécil, hombre.
Podía entonces sacarlas del clóset, decirles que eran un par de güevonas atómicas y que no permitieran que un hombre que seguramente no se las merecía las hiciera sufrir así. Pero no, claro, mi instinto me decía que lo que menos espera escuchar una mujer desesperada es la verdad. De modo que hice lo único que un hombre puede hacer en esa coyuntura: Mentirle a las dos. Nuevamente en portuñol, le dije a la brasilera que me disculpara, que en realidad se trataba de un malentendido y que probablemente me había dado un número equivocado, y, tras escuchar un suspiro de alivio, finalmente colgué. Luego le dije a Mrs. Brown que había logrado entender que su esposo había salido ya para Los Angeles y que la mujer que respondía el teléfono en la residencia que la empresa le tenía asignada a Mr. Brown en Brasil era la señora encargada de la limpieza.
Al igual que el tono de la brasilera, los ojos de Mrs. Brown volvieron a sus órbitas y la vi respirar aliviada. No podía comprender como esas dos mujeres habían creído tan fácilmente una mentira tan halada por los pelos y tan burdamente contada. Pero era cierto, allí quedaron dos mujeres, en polos opuestos del mapa, satisfechas con lo que ellas mismas se forzaron a creer.
A los pocos días, me encontré a los Brown en el estacionamiento, tomados de la mano, rodeados de sus hijos, como una familia feliz. Yo, que soy como soy, pensé en la brasilera.
Me van a perdonar el escepticismo, pero si pretenden convencerme de que las cosas están cambiando y de que ustedes ya no se dejan joder por un imbécil cualquiera, me lo van a tener que demostrar.

5 comments:

  1. jajajajaja!!! Que quieres que te diga? Siempre por mas astuta que seamos o que nos creemos, habrá alguien esperando el momento para jodernos... besos

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  2. jajjaja!! opino lo mismo que rosalinda. ademas de andar cuidando "traseros" es muy fastidioso

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  3. Por eso sigo soltera y creo que morire asi jeje

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  4. El detalle está en que para algunas mujeres, las "dobles vidas" de sus esposos no necesariamente implican un "dejarse joder". Verás, yo conozco dos casos en los que he visto eso. Las mujeres saben en lo que andan sus esposos, no porque busquen o los persigan, sino porque no son estúpidas y a veces esos detalles como el de la facturas no se pueden obviar. Sin embargo, fingen no saber nada, fingen que son estúpidas... CONT

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  5. La razón: hijos, familia, lazos, dinero, comodidad... Todas cuestionables para muchos, de eso no hay duda. Pero las justifico, pues el que un hombre tenga una amante, por ejemplo, no implica que su matrimonio esté mal, para nada. Si la esposa se siente feliz y satisfecha con la relación que tiene, ¿cuál es el problema en que calle? a mi manera de ver, es el hombre quien se complica la vida

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