“Un pueblo
sencillo y cristiano”, así nos definió Osmel a los venezolanos, alegando que no
estamos preparados para ver a una mujer transexual competir por la corona de la
belleza nacional. Y yo debo reconocer que respiré profundo para no reaccionar.
La gente
sabe muy poco sobre la transexualidad, incluido Osmel, pero todos tienen una
opinión al respecto. Eso es común. Pero independientemente de lo que cada quien
sepa y piense sobre el tema, fue la definición de Osmel lo que me sacudió.
“Primero
muerta que sencilla”, imaginé entonces que le respondería cualquiera de los muy
poco cristianos maquilladores del Miss Venezuela a Osmel. Porque en esto, como
en casi todo, el doble mensaje es la norma.
No suelo
gastar mi tiempo y neuronas analizando concursos de belleza, pues en lo
personal prefiero otros ejercicios de frivolidad menos perniciosos, pero me
parece que la coyuntura lo amerita.
Veamos. La
vanidad es el pecado por el que el diablo existe, así que tendríamos que
comenzar aceptando que el culto nacional por el magno evento de la belleza es
en esencia diabólico.
Una vez
aclarado este punto, preguntémonos ¿qué se hace en estos concursos? Tomemos,
pues, a una caballota veinteañera, coloquémosle una melena postiza, operemos
tetas, cejas, culo, nariz, enseñémosle ademanes afectados, es decir,
convirtámosla en algo muy parecido a un transfor de la Libertador. Todo esto bajo
normativas dictadas por homosexuales homofóbicos que encima discriminan la
transexualidad. La cosa es como el colmo de la hipocresía, el doble discurso
insertado en un doble discurso y salpicado de lentejuelas para distraer. Todo
muy posmoderno, muy venezolano (porque eso sí nos define).
Pero eso no
es lo grave, lo realmente peligroso es que sea relevante.
Me pregunté
entonces ¿qué tiene de extraordinario? En este marco de valores se vale “ser” a
través de rinoplastias y mamoplastias, ¿por qué no vaginoplastias también?
No podemos
permitir, por Cristo (a quien cito con toda la mala intención), que nuestra
percepción del mundo la dicte un concurso de belleza. El producto de esta
empresa manufacturera, es decir, la Miss Venezuela del año, no es en modo
alguno representante de la mujer nacional. La venezolana promedio no mide un
metro setenta y nueve, no bate melena postiza mientras trabaja y no “da lo
mejor de sí” desfilando en traje de baño, así que de acuerdo a estos parámetros
de belleza tampoco es la mujer más bella del mundo, dejemos de celebrar la
dañina y superficial etiqueta que queda tan pequeña.
La
venezolana es madre, profesional, cabeza de familia y motor de un país. Por
favor, pongámonos serios y empecemos a valorarla por lo que hace en la vida y
no por cómo luce. Hagámosle ese favor a nuestras hijas.
Y en cuanto
a Osmel, siempre he admirado sus capacidades como trabajador y empresario
exitoso, pero alguien debería decirle que su ejercicio profesional se acerca
más al diablo que a Cristo, y que esa sociedad “sencilla y cristiana” a la que
se refiere, tampoco lo acepta a él.
Gracias por tus hermosas palabras... :))
ReplyDeleteExcelente artículo, Luis. Más claro imposible
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ReplyDeleteA mi me parece que eso va hacia un tipo de gente determinada. Es así como la gente que ama matar a los toros.
ReplyDeleteQue cada quien se quede con su cuestión y ya, todo el mundo nos critica a todos, y viceversa.
Bun blog, by the way
Excelente editorial Luis!
ReplyDeleteMetahomofobia, pues!
ReplyDeleteGracias.Porque Tambien Soy Transexual (Operada) y no soy Ninguna Transfor ni Gay,Vivo mi Vida como Cualquier Mujer del Resto del Mundo! Este Señor es un Ofensivo, Hipocrita que no Tiene Ninguna Base Moral Para Criticarnos ni Excluirnos a Ninguna de Nosotras.
ReplyDeleteYo siempre he pensado que en esos concursos las mujeres deberían de ser completamente naturales..
ReplyDeleteMuch@s alaban al Diablo como si fuera un santo cuando les mata con veneno alguna de las multiples hambres que el hombre padece (y que no sabe saciar), eso es Osmel, el MV y muchos clones que hay en TV, Politica, Empresa, etc.
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