Monday, March 28, 2011

Infiel, con premeditación y alevosía


Una de las únicas verdades expresadas por el hombre en pareja, cuando sucede el inevitable encuentro incidental con terceras, es “Mami, no significó nada”. Eso es en la mayoría de los casos una verdad absoluta. Por lo general ni el nombre del accidente se desea recordar, y con frecuencia éste magnifica (con culpa, con castigo, con razón) el amor por la pareja y el valor del hogar. Sin embargo, cuando es la mujer la del encuentro, y esto coincide con que es ella una de tantas que se confiesa monógama, moral y de principios, la cosa toma visos escalofriantes. Llegado ese punto no hay vuelta atrás. El perdón es casi imposible y ya nada será lo mismo, porque en este caso, y ustedes lo saben, el incidente no sólo significa algo, lo significa TODO.
Las causas de esta brutal infidelidad “en primer grado” son dos. La primera, estas mujeres, tan bellas y extraordinarias, tan nobles y leales, son mayoritariamente incapaces de tener sexo casual sin consecuencias (que es el sexo necesario para el éxito de una infidelidad). La segunda, la más grave, está directamente relacionada con sus expectativas. Y aquí me permito elaborar, porque una de las pocas cosas que me ha dejado claras mi Sexo Sentido es que ustedes no sabe lo que quieren. Van por la vida en gerundio, queriendo, buscando, anhelando esto y aquello, la felicidad, pues, sin importarles realmente conseguir, encontrar o satisfacer. Como si de su misión se tratara. Una misión que en fondo no tienen la más mínima intención de concretar. Como temiendo que llegar a la total realización les restara el empuje femenino. Desde luego, son exitosas y autosuficientes. No nos necesitan ni siquiera para procrear. Y yo les pregunto entonces ¿por qué esa obsesión galopante por encontrar al macho que las gobierne? ¿Es una deformación genérica o es que les somos imprescindibles para señalar al culpable de la insatisfacción crónica que las embarga? Claro, quién si no el Frankestein de turno es el único responsable de la falta de romance, de la ausencia del detalle, de la vuelta de las endorfinas a su cauce habitual, de la muerte del amor, del tedio y la rutina y pare usted de contar.
Cuando el Frankestein es el esposo, ése con el que armaron el parapeto de ceremonia, al que juraron amor hasta que la muerte los separara frente a sus amigas muertas de envidia, ése que les regaló el anillo y les dijo que las amaba, aunque fuera mentira y ustedes lo supieran, la cosa se vuelve el caldo perfecto para la gestación de la abominable infidelidad emocional.
Así pasa que el príncipe muestra su verdadero rostro (es decir, ustedes dejan de engañarse) y el pobre hombre se empantufla y adopta, como es natural, su rutinita. Ustedes comienzan a darse cuenta del error que cometieron.  Comienzan a odiarlo secretamente por ser éste incapaz de hacerlas felices, como si el pobre sujeto hubiera tenido nunca esta capacidad, hasta que el odio se magnifica a alturas inalcanzables. Ustedes, tan esposas y tan nobles, nunca asumirán que lo detestan y jamás descenderán de sus alturas para gratificar urgencias con algún monstruo anónimo. De modo que continuarán haciendo sacrificios de amor para salvar lo insalvable, tendrán hijos, perdonarán cachos y sufrirán en secreto.
Pero tarde o temprano llega el día. Aparece otro (prácticamente idéntico al imbécil primero, pero que verán como su opuesto) que les hará la oferta de sus vidas y en el momento justo (porque con ustedes todo es cuestión de tino) “Yo si puedo darte lo que tu quieres, no como el bolsa de tu marido”. Las valientes y sacrificadas mujeres fieles, atizadas por el comentario que les retumbará por días y semanas en cerebros y vaginas hasta desordenarle nuevamente las endorfinas, prepararan el crimen perfecto. Se enamorarán así del verdugo, volcarán en él todas sus emociones reprimidas y se vengarán despiadadamente del hombre que juró hacerlas felices y fracasó rotundamente.
Habrá alguno que perdone, habrá el que sienta que aquello no se compara con sus cientos de engaños, habrá alguno incluso que se sienta aliviado al encontrar por fin justificación a sus traiciones, no digo que no. Habrá la que diga que le fue infiel precisamente porque lo amaba. O la que descubra en su mala acción un paraíso de placeres ocultos y se torne cada día más parecida a su víctima. Habrá, por supuesto, divorcios y odios vitalicios. Podría incluso suceder, de hecho creo que es lo más común, que la misma dama traicionera no sea capaz de perdonarse a sí misma. Aun cuando tenía sobradas justificaciones para actuar como actuó, aun cuando nadie merecía su fidelidad ni su sacrificio, la extraordinaria mujer terminará con su relación estable, probablemente termine también con la clandestina, y peor aún, víctima de sus propios prejuicios puede que hasta justifique que el exesposo se divorcie de sus hijos y tenga que cargar ella con la familia entera y con las demás consecuencias de haber sido infiel.
Y todo este drama, digo yo, por no ser capaces de tener un “quickie” en la oficina.

7 comments:

  1. jaja está bueno. Pero qué dices de los hombres que no son capaces de aceptar ser un "quickie" en la vida de la mujer?

    ReplyDelete
  2. buena entrada todos tus escritos son geniales... sigue @maximacalidad

    ReplyDelete
  3. Primera vez que leo lo tu blog...Muy interesante lo que escribes. La verdad como mujer me hizo analizar un poco esa realidad que vivimos algunas y a la que le llamamos "rutina". Felicidades

    ReplyDelete
  4. Bravoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo, quiero un "quickie" como tuuuuuuuuuuuuuuuuuuu

    ReplyDelete
  5. Interesante reflexión. Me encanta que se expliquen otros puntos de vista, me parece que la mujer está sobrevalorada en este tema y alguien ha recordado que no somos perfectas y eso es una realidad.

    ReplyDelete