
Al final de cada tramo hay un descanso temático, en uno venden churros a turistas alemanes, norteamericanos y holandeses (los de ese día, sí, está lleno de turistas del primer mundo que van a ver el barrio y quedan fascinados), en otro está “la esquina de Luis” (como la bautizamos esa mañana la actriz colombiana Maria Cecilia Sáncez y yo) en la que un tocayo, que es ingeniero industrial, prefirió dejar su práctica e instalarse a vender frutas en el “descanso de los amantes”. En el siguiente hay artesanías antioqueñas y perfumes artesanales que vende una hermosa negra de trenzas blancas a quien no atiné a preguntarle el nombre porque estaba muy ocupada con los turistas, y así hasta llegar a la cima, al mirador desde donde se puede ver la comuna entera, bella y enorme, y orgullosa, sobre todo eso.
Allí rodábamos la escena y no podía dejar de pensar que aquello que acababa de ver (y vivir) es la definición más cercana a la dignidad, esa palabra tan superficialmente usada en redes, tan prostituida por estos días de polarizaciones tribales.
Entre toma y toma pregunté a los “paisas” del equipo cómo había ocurrido esto, cómo la Comuna 13, de la que venden camisetas y tazas, como si de Universal Studios se tratara. había llegado a ser esto que me tenía impresionado. Ellos, “de una” como dicen aquí, me contaron que justamente esta era la zona mas peligrosa de la Medellín de los 90. Aquí no solo vivían los sicarios del narcotráfico, también la guerrilla, paramilitares y hampa común. Tenían armamento de guerra, fuego antiaéreo y bazucas. Los muertos se contaban por decenas a la semana, si aparecían, porque también habían casas de “pique” donde descuartizaban a los cadáveres de los que nunca aparecieron. Un día hasta tuvieron que intervenir la zona con los famosos “Black Hawks” americanos. ¿Y entonces?, pregunto yo, ¿en qué momento pasó esto? Y hay varias respuestas cuya veracidad no he tenido tiempo de revisar, pero la que más me impresionó y más verdadera me sonó fue la más sencilla: Un día, los habitantes de la Comuna 13, y de todo Medellín, cansados de la violencia y la ilegalidad, decidieron por la vida y por la paz. Lo demás fue una consecuencia de esa decisión. Y ahora lo que una vez fue un infierno de atrocidades inenarrables es hoy una “ciudad sostenible”, un ejemplo de ciudadanía activa, una definición imitable de dignidad.
Eso me dio una esperanza, a mí que soy un cínico sin fe, porque sí, no es un slogan, no es un hashtag de histeria reactiva en tuíter, es real, existe y es posible. Petare, el nuestro, puede ser en una década algo similar a la Comuna 13 de Medellín. Sólo si sus habitantes, si nosotros, todos, decidimos por la vida y por la paz.